El Trankimazin natural de Vilagarcía

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

MONICA IRAGO

El muelle de pasajeros era el paseo favorito de novios, viejos marineros, regatistas, turistas y pescadores

14 jul 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Saqué el carné de conducir a los 32 años y nada más aprobarlo, me fui a disfrutar de mi nueva condición de conductor al muelle de pasajeros. Era una mañana quieta de sol y luz, me senté en la terraza del bar Abalos, me tomé un café y fui feliz recordando que había llegado a Vilagarcía de Arousa gracias a una foto antigua y engañosa de aquel muelle y disfrutando de algo que nunca imaginé que podría hacer: conducir un automóvil con una mano.

Tras aprobar unas oposiciones, a falta de Erasmus, decidí pasar un tiempo en un lugar de España diferente a mi tierra, ojeé un libro de mi padre sobre las maravillas de España y me enamoraron unas fotos de Vilagarcía con su balneario y su muelle de hierro. Cuando llegué a la ciudad, ni había balneario ni había muelle de hierro, pero mi optimismo congénito me llevó a admirar aquel muelle de pasajeros de asfalto, tierra y granito, que se adentraba en el mar y tenía en la punta un bar muy marinero y un club más marinero aún.

Lo de sacar el carné de conducir no tuvo ninguna relación con el muelle de pasajeros, sino con la necesidad de trasladarme por mi cuenta si quería hacer reportajes para La Voz de Galicia, pero bien cierto es que llevaba años mirando con envidia a los conductores que se acercaban hasta la punta de aquel muelle y daban la vuelta o aparcaban el vehículo y tomaban un café, que es lo que estaba haciendo en aquel lugar, que siempre me ha parecido paradisíaco, tras superar el práctico y el teórico con la inestimable ayuda de la autoescuela Gago. ¡Qué tiempos!

Hoy, alejado del muelle de pasajeros y su encanto antiguo, sigo evocándolo gracias a la foto que preside el salón de casa, frente a mi sillón favorito, justo al lado de la tele y encima de otra foto en la que aparece un mariscador caminando por las aguas de la playa de Compostela. Estos días, cuando la emoción de los partidos de España me puede, levanto la vista, la dirijo hacia la foto del muelle de pasajeros, con su farola encendida, la luz crepuscular, las grúas del puerto, esa pareja relajada en un banco… Y la tensión se diluye por momentos.

ALONSO DE LA TORRE

El muelle de pasajeros fue durante muchos años el Trankimazin de los vilagarcianos, una medicina natural para tratar los síntomas de ansiedad y prevenir la angustia. Bastaba un paseo hasta la punta para notar cómo el sosiego, la armonía y la sensación de que la vida puede ser bella se apoderaban de nosotros y volvíamos a casa con la dopamina equilibrando nuestro sistema nervioso y las endorfinas insuflándonos bienestar. Es verdad que después llegó el paseo marítimo y sustituyó al muelle de pasajeros como paseo del colesterol y la tranquilidad, también como punto de encuentro de los vilagarcianos, pero la memoria es la memoria y para varias generaciones de paseantes vilagarcianos, el muelle de pasajeros dispara unos resortes que el paseo marítimo es incapaz de activar.

El muelle de pasajeros vilagarciano tiene su propio bestiario de personajes que lo frecuentaban y siguen paseando por él. Era el lugar al que acudían en coche las parejas de novios para hablar de amor contemplando las puestas de sol, abundaban los pescadores, que se adecuaban a las mareas y las temporadas para relajarse con su caña y su tesoro: tiempo. A los viejos marineros les gustaba acercarse al Abalos porque una cerveza tras sus cristaleras era lo más parecido a navegar en tierra firme. Y no faltaban, claro está, los regatistas del Club de Mar, ni una parte de la buena sociedad vilagarciana, que estaba asociada al club por costumbre, aunque solo lo utilizaran para darse una vuelta por allí y sentir que las tradiciones acrisoladas se mantenían sin menoscabo, incólumes.

Después estaban los turistas. Al igual que un compostelano lleva a a sus huéspedes al Obradoiro, los vilagarcianos llevábamos y llevamos a nuestros parientes de tierra adentro a ver barcos. Los turistas de secano alucinan contemplando el bosque de mástiles y la blancura de cascos del puerto deportivo. Esa visita es inexcusable, les hace soñar, se sienten marineros por un rato y el muelle de pasajeros es un mirador formidable para extasiarse y sentirse, de verdad, veraneantes.

El pasado domingo, Antonio Garrido recordaba en La Voz el estado ruinoso en que se encuentra «el balcón de la ría». Las reacciones en las redes fueron inmediatas e indignadas, al fin y al cabo, no se trata solo de la ruina del paseo, sino del desprecio hacia un símbolo, un emblema, un memorial… Afortunadamente, al día siguiente, el Consello da Xunta autorizaba la firma de un convenio de colaboración entre Turismo de Galicia y la Autoridad Portuaria de Vilagarcía para la rehabilitación integral de la estación marítima en el muelle de pasajeros.

Se creará un centro de recepción de peregrinos náuticos de la Ruta Traslatio, contará con una financiación de 822.156,46 euros, se derruirán dos edificaciones y se rehabilitará integralmente la estación marítima de Vilagarcía para que parejas de novios, pescadores pacientes, viejos marineros, regatistas, turistas y ciudadanos satisfechos con su carné de conducir aprobado puedan disfrutar de un balcón a la ría tan evocador como digno.