
Entre agosto y septiembre de 1982 Galicia bramó contra una práctica que ponía en peligro la salud de sus aguas. Las protestas se sucedieron con encierros en varios concellos arousanos, entre ellos Vilagarcía
26 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Hace unos meses, Francia lideró una misión científica para cartografiar y analizar el vertedero histórico de residuos nucleares de la fosa atlántica, situada a unos 600 kilómetros de Galicia. La fase inicial buscaba levantar un mapa detallado de una zona de miles de kilómetros cuadrados como base para futuras inmersiones y análisis dirigidos. A medida que avanzó la campaña, los equipos fueron elevando el conteo de contenedores visibles: primero superaron los 1.800 bidones geolocalizados. Con más días de trabajo y mayor cobertura sonar, el recuento provisional subió: informaciones posteriores situaron el total identificado por la misión por encima de los 3.000 bidones, aunque eso equivaldría a apenas alrededor del 1,3% del volumen histórico estimado entre 200.000 y 220.000 desde mediados del siglo XX.
A principios de los años 80, Galicia bramó ante lo que estaba sucediendo ante sus narices. En 1981, con un pesquero de Ribeira (el Xurelo) como símbolo de la lucha pacífica contra los barcos holandeses. Al año siguiente, las protestas se intensificaron. El buque Sirius, junto a los pesqueros gallegos Pleamar y Arosa I, y embarcaciones de Esquerda Galega y cofradías de pescadores, formó una flotilla decidida a impedir una nueva oleada de vertidos. Ecologistas se aferraron a las grúas de los cargueros, arriesgando sus vidas; algunos fueron golpeados por bidones al caer, otros lograron inutilizar infraestructura de descarga. Esas imágenes impactaron las conciencias y pusieron en jaque la permisividad internacional ante la contaminación nuclear marina.

Entre quienes se embarcaron en el Sirius estaba el diputado socialista vilagarciano José Vázquez Fouz. «Mi experiencia personal ha sido muy enriquecedora e importante. El barco, con una tripulación de solo 32 hombres ea una pequeña babel de nacionalidades, pero a pesar de los problemas del idioma nos entendimos perfectamente. Su preparación técnica y humana era sobresaliente y su entrega a la tarea ecológica, total», afirmaba en declaraciones a La Voz de Galicia. «En la singladura —señaló Vázquez Fouz— hubo distintos momentos de afectividad, tensión o peligro. La afectividad estuvo centrada en las atenciones a los gallegos que íbamos en el Sirius y en otros barcos. Las tensiones en la planificación y en la búsqueda y persecución del barco contaminador. Y el peligro, casi constante, de un mar no siempre pacífico y en las acciones de las zodiacs».
Vázquez Fouz también relató a La Voz lo que sucedía en la fosa atlántica cuando se realizaban los vertidos: «Se ofrecieron canciones y poemas lanzados al viento y a las olas tratando de compensar a la naturaleza con la suavidad de sus palabras o la armonía dela música, en un gesto simbólico como lo fue también el lanzamiento de flores al mar como signo de la vida que clama por su pervivencia y desarrollo frente a las agresiones de todo tipo».
La pelea se producía en el mar, pero también en tierra. Con protestas, pero también con encierros, como el que se celebró en la madrugada del 31 de agosto de 1982 en Vilagarcía protagonizado por una treintena de personas entre las que estaban el alcalde, José Recuna, sus compañeros socialistas, los concejales comunistas y representantes de sindicatos, formaciones políticas y grupos ecologistas. «Los ediles de UCD y CD no participaron en el encierro, que duró 24 horas pero enviaron una carta de solidaridad. Las cofradías de Vilaxoán y Carril también se solidarizaron en la protesta contra los vertidos radiactivos», explicaba La Voz.
El punto y final
La movilización social y política en Galicia, sumada a la presión internacional, forzó una moratoria aprobada en 1983 en el marco del Convenio de Londres sobre vertidos marinos, que ya impedía nuevas descargas de residuos radiactivos. De hecho, el último vertido frente a la costa gallega se produjo en el verano de 1982. La moratoria se renovó varias veces hasta que en 1993 los países signatarios del Convenio de Londres acordaron prohibir de forma permanente el vertido de residuos nucleares y radiactivos en el mar.