Donde esté «un bo lubrijante»

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

Martina Miser

La Festa do Marisco en Vitoria y las farolas españolas, empapeladas con excursiones a O Grove

21 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Mis padres venían varias veces al año a Vilagarcía. De aquellas excursiones, hay una que siempre contaban con detalle a los amigos y familiares. Fue la vez que navegaron hasta una batea de O Grove con los padres de mi compañera del Instituto de Fontecarmoa Carmen Viñas, que se jubiló recientemente como directora del San Clemente de Santiago, el instituto con más alumnos de Galicia. De aquella excursión marina, volvieron con un saco de mejillones gigantes que recordaban salivando y describían a sus amistades presumiendo de tamaño, aunque todos sabemos que los mejillones no están más sabrosos por medir más.

Mis padres me recordaban a aquellos contrabandistas que dejaron de ir a comer al restaurante Paspallás de Vilanova porque decían que, a ellos, lo que les gustaba era «un bo lubrijante» y no la cocina franchute. O sea, antes lo apabullante y lujoso que la filigrana y el estilismo. Para ellos y para mis padres, «un bo lubrijante» o unos mejillones gigantes eran verdades absolutas, el epítome del lujo. Porque el marisco es eso, el máximo símbolo de la distinción gastronómica.

Se acerca la Festa do Marisco de O Grove y las marquesinas de autobús de mi ciudad, los escaparates de las multitiendas y las farolas de las calles aparecen empapeladas con anuncios de viajes fantásticos, de jueves a domingo, a la fiesta de las fiestas incluyendo hotel, media pensión, traslados, viaje en catamarán y asistencia a la Festa do Marisco. Si el Imserso incluyera excursiones sectoriales en sus viajes culturales, no me cabe la menor duda de que la lista de espera para los autobuses a O Grove superaría a la de las Fallas y a la de la Feria de Abril.

Solo un año no hubo carteles de excursiones al Marisco. Fue en 2020, claro, tras la pandemia, cuando los turoperadores de mi barrio prefirieron ofertar un destino milagroso y seguro: viajar hasta Granada para visitar la tumba de Fray Leopoldo de Alpendeire, el beato de moda tras el covid, a quien el coronavirus elevó a un nivel de veneración similar al de San Antonio, San Judas o Santa Rita hasta que llegó la vacuna y el marisco laico volvió a imponerse al beato místico.

Esta semana, una embajada de O Grove ha viajado hasta Vitoria-Gasteiz para presentar la próxima edición de la Festa do Marisco. Según informaba Leticia Castro, redactora de La Voz de Arousa y corresponsal en O Grove, «la expedición grovense servirá un menú con empanada, pulpo, mejillón, zamburiñas, navajas y un plato que tendrá como base el fideo, a cargo, un año más, de los propietarios del restaurante Jueso de Caña, con la chef Sandra Padín al mando de los fogones. Todo, a excepción del pulpo, que será cocinado por la empresa Rodrimar, también grovense».

Precisamente el pulpo es el protagonista de la polémica que suele acompañar cada año a la fiesta. Nada que no sepamos de otros años. Allá por 1993, no hubo vieiras ni ostras, aunque entonces fue por culpa de la toxina, lo que no impidió que también hubiera movida política.

Un discurso sin palabras

Aunque nada tan pintoresco como el año que no quisieron venir Fraga ni Vázquez Portomeñe y el alcalde Galiñanes se enfadó y contraatacó trayéndose a Chiquetete y a Rappel, que, por cierto, no vas a comparar a estas dos figuras bizarras del show business patrio con esos grupos tan raros que vienen este año a la Praza do Corgo. Que si Las Ninyas del Corro, que si El Bugg, que si De Ninghures…

Nada que ver con aquella histórica actuación del cantante andaluz en O Corgo, que se demoró desayunando en el hotel Bosque Mar y llegó tarde a su concierto de mediodía, pero emocionó a José Antonio Galiñanes con una actuación tan rumbera, coplera y sandunguera, que el alcalde se olvidó de las ausencias políticas y, cuando Chiquetete bajó del escenario, le estampó dos sonoros besos en olor de multitudes. No contento con tal alarde, se embarcó en un catamarán con el futurólogo Rappel y al volver a puerto, superado por tanto casticismo, perdió el don de la palabra y, a la hora de los discursos, se bloqueó y solo acertó a decir: «No me sale». Fue, en fin, una Festa do Marisco antológica. Como escribimos en El Callejón del Viento que comentó aquella gloriosa jornada: «Un alcalde que besa a Chiquetete y navega con Rappel no necesita hablar para ser entendido».

José Antonio Cacabelos es un alcalde más profesional, menos emocional… Si quieren, más aburrido, que ya se sabe que la democracia es aburrimiento y no aquel Grove de los 80-90, cuando hubo alcaldes que tomaron posesión con tiradores de élite apostados en los tejados. Cacabelos no navegará con Siloé ni besará a León Benavente, estrellas de los Concertos do Marisco de este año.

Cuando la Festa cumplía 53 años, Cacabelos presentó el festejo en Cáceres y aquello fue un éxito con discursos, proyecciones, showcooking… Todo muy tech 2.0. Pero la esencia de la Festa do Marisco sigue siendo la misma y se resume en lo que hacía mi padre cada año, cuando, tras ponerse hasta arriba de camarones, nécoras y berberechos, guardaba la lista de productos y precios en el bolsillo y se la traía a Cáceres para presumir ante sus amistades.