El colegio de Catoira despide a Rosa Isorna, la «lenda da cociña» que enseñó a comer a todo un pueblo

r.e. CATOIRA / LA VOZ

CATOIRA

M. IRAGO

La cocinera del comedor escolar se jubila con 72 años y el cariño incondicional de una comunidad educativa que echará de menos sus lentejas y su tortilla de patatas

15 oct 2025 . Actualizado a las 16:05 h.

Rosa Isorna tiene 72 años y el superpoder de hacer que la rapazada coma de todo. Durante los 46 cursos que ha trabajado en los fogones del comedor del colegio de Catoira, ha demostrado ser «unha lenda da cociña». Al menos, así la describieron Julia y Adela, las dos rapazas elegidas para hablar en nombre de sus compañeros durante el acto organizado para despedir a una mujer que ha decidido colgar el mandil y jubilarse. «Esperamos que pases unha boa vida, merécelo», dijeron las estudiantes antes de gritarle cuánto la quieren, cuánto la echarán de menos.

Rosa, vestida de rojo, destacaba entre el alumnado del centro, entre el que había buscado refugio para la emoción que se le escapaba por los ojos. Era su último día de trabajo y sabía bien que no se iba a marchar de allí sin que le hiciesen algún mimo. Esperaba, por ejemplo, que a la hora de la comida la rapazada le dedicase un aplauso, como cuando volvió tras permanecer cuatro meses fuera del colegio por un problema en una pierna. Lo que no se imaginaba era que, pasada la una de la tarde, en el patio se iba a congregar, solo por ella, toda la comunidad educativa —alumnado, profesores, personal no docente—, antiguos profesores y un buen puñado de aquellos niños y niñas que un día comían con apetito lo que ella cocinaba. Era una fiesta organizada para recordarle que tiene motivos «para presumir do seu legado», en palabras del director. Aseguró este que no hay en el mundo quien guise las lentejas como Rosa. Ni una tortilla de patatas mejor que la que ella elabora. Quizás el secreto de su cocina sea el que apuntaba una de las pancartas extendidas por el estudiantado: «Sabor e agarimo». En otra, reclamaban quienes la habían escrito «a receita das potaxes», con los que tantas generaciones de catoirenses han crecido.

Rosa escuchaba los discursos, abrazaba a quienes la rodeaban y lo hacía todo con una sonrisa congelada en el rostro. Había compuesto el gesto cuando descubrió a la marea de gente que la esperaba en el patio de recreo y lo conservó durante buena parte del acto de homenaje, como si temiese perder la compostura si relajaba uno solo de sus músculos. Pero la mujer que durante 46 años rio y lloró con los estudiantes de Catoira, que consoló tantas veces y tantas otras riñó a quien lo merecía, no podía esconder las lágrimas que le bailaban en los ojos cuando devolvía a toda aquella gente los aplausos y el cariño. Eran lágrimas luminosas, como luminosas eran también las que asomaban a los ojos de sus hijos, Patricia y Antonio, y de su marido, los tres resplandecientes de orgullo.

También sonreía lleno de alegría Manuel Longo, que fue profesor y director del colegio de Catoira durante muchísimos años. «Rosiña, que te sexa venturosa a xubilación; para min es como unha filla», le dijo en un discurso en el que recordó todas las horas de trabajo compartidas, todos los milagros hechos para conseguir ofrecer a la rapazada de Catoira una comida de calidad.

A Rosa, todos esos amigos y amigas le regalaron 46 rosas blancas y, no podía ser de otra forma, una buena colección de productos gourmet. Ella se tomó su tiempo para saludar a todo el mundo, para celebrar reencuentros inesperados. Pero luego volvió a los fogones: aún tenía una última comida por servir.