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De Calvo Sotelo a Bouza Brey, bautizar un centro educativo siempre ha sido una decisión polémica
29 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.En los años 80, el currículo de un estudiante vilagarciano fetén pasaba por dos centros educativos de enseñanza pública con nombres como dios manda: el instituto José Calvo Sotelo y el colegio José Antonio Primo de Rivera. Los demás colegios e institutos eran de segunda división y por esa razón llevaban como nombre un topónimo. Así, el instituto de FP se llamaba de Fontecarmoa porque estaba en Fontecarmoa, así de simple. Y los colegios eran de Bamio, Carril, Rubiáns, Vilaxoán o el Arealonga, que se levantó frente al José Antonio en 1973, pero tenía menos pedigrí y también se amparaba en la toponimia.
Al frente del colegio público José Antonio, estaba «Don Juan», o sea, Juan Francisco Pérez Domínguez, casado con doña Carmen, que también era maestra del colegio, al que llegaron en 1970, el año de su inauguración. Antes de venir a Vilagarcía, don Juan, que era de Pontevedra, estuvo destinado en colegios de Gijón y Barruecopardo (Salamanca). Doña Carmen, que había nacido en Vilagarcía, frente a la playa de Compostela, tuvo su primer destino como maestra en la isla de Ons, donde tenía en clase a 108 niños, que acudían todos al aula los días de temporal, pero si reinaba la calma, solo iban 60 o 70 porque el resto tenía que faenar en el mar. Don Juan y doña Carmen se jubilaron en 1996 y su colegio seguía llamándose José Antonio.
Eran otros tiempos y otros nombres. El actor Carlos Blanco (Vilagarcía, 1959) recuerda que iba al instituto Calvo Sotelo con uniforme de pantalón gris, camisa blanca, corbata granate y una chaqueta azul de pana con el escudo de Vilagarcía en plástico cosido en la solapa. Los lunes, Mariño, el director, revisaba los uniformes y la inspección era más o menos rígida dependiendo del resultado dominical del Pontevedra. Cuando Carlos Blanco tenía 17 años, llegaron las chicas. Se inauguraba la educación mixta en Vilagarcía, pero con precauciones: alumnos y alumnas estaban juntos en el aula y en el recreo, pero subían por escaleras distintas. Era el año 1976, acababa de morir Franco y el instituto seguía llamándose Calvo Sotelo.
Después de Mariño, llegaron otros directores como Feáns o Garrido y en Fontecarmoa estaba de director Lamelas. Por aquellos institutos, pasaron profesores ilustres como Plácido Castro, que fue periodista en la prensa española, gallega, argentina y portuguesa y en la BBC, que pintaba, tocaba el piano, tradujo muchos libros al gallego, fue de la ejecutiva del Partido Galleguista, se exilió en Londres y fue profesor del Calvo Sotelo desde 1956 hasta su muerte. En Fontecarmoa, ejerció de profesor Bieito Iglesias, uno de los más interesantes escritores que conozco y un magnífico autor de artículos periodísticos.
Sin embargo, cuando, en los últimos años del siglo XX, se empiezan a bautizar los colegios e institutos de Vilagarcía, no se escogen los nombres de sus directores históricos ni tampoco los de sus profesores más renombrados, sino que se prefiere recurrir a egregios representantes de la cultura como Armando Cotarelo Valledor (Instituto de Sobradelo-Vilaxoán), un asturiano profesor de la Universidad de Santiago, académico de la lengua y persona de gran valía intelectual, pero que, la verdad, nunca se ha sabido muy bien por qué se eligió para denominar al nuevo instituto. El IES de Fontecarmoa se llama Fermín Bouza Brey con más sentido: el escritor e intelectual galleguista vivió un tiempo en Vilagarcía y su apellido es oriundo de la ciudad, aunque está enterrado en Cortegada de Baños (Ourense), el pueblo de su mujer, donde, según una leyenda local, sus amigos hicieron caso a uno de sus últimos deseos y una noche desenterraron su ataúd y lo arrojaron al Miño.
Al Calvo Sotelo costó más cambiarle el nombre y se hizo no sin polémica. Para evitar conflictos, se escogió un topónimo: Castro Alobre. Quedaba el instituto de Carril, que, tras la muerte de su primer director, Miguel Ángel González, fue el único de la ciudad donde se recurrió a un profesor del centro para el bautismo.
Miguel Ángel fue director del instituto de Carril desde su creación en 1986 y se fijó dos objetivos: dotar al centro de material y fomentar las actividades extraescolares. Ocho años después de su inauguración, 450 de sus 600 alumnos y 15 de sus 40 profesores participaban en actividades extraescolares, se habían creado el grupo de teatro Esquío, la agrupación cultural Malveiras (60 alumnos) centrada en la música tradicional, la sala de exposiciones Digamel, la agrupación deportiva Cortegada (350 alumnos), certámenes de música celta y pop de donde salieron Leixaprén o Keltoi. Además, llevaban la escuela municipal de baloncesto femenino (400 niñas y 15 equipos) con presencia en división de honor.
Esta labor fundacional parece suficiente bagaje para que su nombre, tras morir, sirviera para bautizar el instituto. Pero González acabó cayendo en la tentación de la política, que siempre empaña los recuerdos. Ahora, por polémica decisión del Consejo Escolar, el instituto se llamará de O Carril para recuperar el topónimo y unir Carril y el instituto.
En 40 años, hemos cambiado de tendencia: en 1982, los centros educativos chic llevaban nombres del régimen y los de batalla se conformaban con el nombre del lugar. En 2022, es al revés: los del centro prefieren el topónimo y a los periféricos los bautizan con nombres de persoeiros.