Vilagarcía... de Arousa y de los smartwatch

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre EL CALLEJÓN DEL VIENTO

VILAGARCÍA DE AROUSA

Martina Miser

En la ciudad paseable, los relojes inteligentes se vuelven locos de contento y de retos conseguidos

15 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El anuncio de una óptica nos anima a no perder kilos, a no ir al gimnasio, a no apuntarnos a la piscina climatizada, a no hacer dieta… La publicidad de esa óptica nos promete que si vamos a comprar unas gafas ahora, en plena cuesta de enero, bien lustrosos y rellenitos tras los atracones navideños, nos descontará del precio de las gafas un euro por cada kilo. Vale, de acuerdo, vayamos a comprar las gafas con cuantos más kilos, mejor. Pero luego, con las gafas nuevas puestas, comenzaremos nuestra dieta y empezaremos a hacer ejercicio físico como descosidos: nadar, pedalear, correr, saltar, flexionar, recorrer la ruta del colesterol…

¿Qué hacíamos en Vilagarcía a finales del siglo pasado cuando llegaban estas fechas, íbamos a comprar a las rebajas de camisería Santa Rita y la talla del año anterior ya no nos servía? Entonces no había paseo marítimo, ni abundaban los gimnasios, lo de los entrenadores personales era un entelequia y si querías nadar en enero, o eras un loco temerario que se aventuraba en la Compostela al amanecer —a alguno conocí— o tenías que conformarte con moverte mucho bajo la ducha.

El paseo marítimo fue la gran revolución socio-estética de la ciudad. Con él llegó la afición a caminar. Es más, el paseo se convirtió en uno de los atractivos turísticos de Vilagarcía, un destino ideal de veraneantes y visitantes de fin de semana para quienes pasear a paso ligero, pero no demasiado ligero, por una superficie llana a la orilla del mar era y es el colmo del bienestar. Veraneantes y turistas maduros, abuelos y padres con niños pequeños para quienes somos el destino que soñaban. ¿Pero qué hacíamos antes? ¿Es que nos daba lo mismo estar gordos y en baja forma, es que comíamos menos y trabajábamos más, es que no había jubilados?

Hasta mediados de los 90, pasear no estaba de moda en Vilagarcía y era raro que, en grupo o en soledad, saliéramos a hacernos unos kilómetros cada tarde. Los paseos eran cortos, una actividad más social que deportiva. Salíamos a dar una vuelta por el mercado, por la Alameda, por A Baldosa y, en el colmo del esfuerzo y la lejanía, nos aventurábamos por el llamado muelle de pasajeros, aunque pasajeros había pocos. Hasta la punta, con su café y su club, se iba más en coche que a pie. De hecho, una costumbre no escrita nos llevaba a estrenar los automóviles conduciendo hasta el final del muelle. Y vuelta a casa, pero paseos a pie, pocos y cortos.

A veces, so pena de pasar por raros, bohemios o estrafalarios, nos aventurábamos por los caminos de las aldeas de la zona, ascendíamos al Xiabre o recorríamos corredoiras sin ton ni son, haciéndonos kilómetros de parroquia en parroquia y despertando la curiosidad de los vecinos, sorprendidos de que hubiera gente que encontraba algún encanto en caminar por A Torre, Trabanca Badiña, la Caldihuela o Guillán.

En esos años, mi hermano pequeño tenía una prominente barriguilla que no le gustaba nada a mi madre. Pasó un verano conmigo en Vilagarcía, ascendimos media docena de veces al Lobeira y perdió la barriguilla para los restos: nunca más ha vuelto a disfrutar de esa curva de la felicidad. El monte Lobeira era el mejor gimnasio y la dieta más efectiva, un ruta del colesterol fulminante que agotaba, pero te llenaba de euforia: los subidones de dopamina que regalaban las ascensiones al Xiabre y al Lobeira no tienen nada que ver con el paseo por la orilla del mar hasta Carril, un dulce deambular más lírico que físico.

Claro está que, antes, a nadie se le pasaba por la cabeza eso de hacer de Vilagarcía una ciudad paseable y peatonal. El coche era el dios de la modernidad y conducíamos para ir a por el pan, a por La Voz y a echar la quiniela. ¿Pasear? Eso lo dejábamos para quienes no les quedaba otro remedio: los pobres, los cobardes y los raros. Y lo de ir en bicicleta ya era para hacerles un estudio psiquiátrico a los ciclistas. Todo aquel que se aventuraba a pedalear para trasladarse al trabajo o a los recados era señalado y motejado. Había en la ciudad una profesora y un profesor que iban a clase en bici y nadie los conocía por su nombre. Simplemente eran esa que va en bici, ese que va en bici…

2023. Enero. Ya hemos comprado las gafas y no soportamos vernos en un espejo de perfil. Además, nuestras madres son crueles y sinceras: «Hijo, qué gordo estás». Y acaba poseyéndonos una fiebre vigoréxica marcada por esos smartwatch que nos han traído los Reyes Magos y nos tienen en vilo. Ahora ya no caminamos por placer ni por prescripción facultativa, ahora andamos para darle gusto al reloj, que, cuando completamos los pasos previstos, los escalones fijados, las calorías convenientes, se vuelve loco, empiezan a aparecer en la pantalla círculos de colores, cohetes, luces y gritos de ánimo: «Lo has conseguido, eureka, bravo, premio».

En la inminente campaña electoral, el PSOE vilagarciano debería sustituir el puño y la rosa por un reloj digital de esos que miden todo lo que pierdes cuando caminas: gramos, azúcar, colesterol, triglicéridos, gammas GT, kilocalorías… Ven a Vilagarcía y sácale partido a tu smartwatch.