La gran hamburguesería clásica de Vilagarcía

Antonio Garrido Viñas
antonio garrido VILAGARCÍA / LA VOZ

VILAGARCÍA DE AROUSA

MONICA IRAGO

La Bavaria abrió en los ochenta del pasado siglo; sobrevivió, primero, a la competencia de las multinacionales y, luego, a la pandemia para mantenerse como un local imprescindible

30 dic 2023 . Actualizado a las 10:28 h.

Cuenta Carlos Cobos con orgullo lo que sucedió en su local hace apenas unos días. Allí se sentaron un grupo de jóvenes, muy jóvenes porque no le echaba a ninguno más de quince años, dispuestos a disfrutar de una hamburguesa en condiciones. Con el grupito entró una jovencita que portaba un paquete de esas patatas que vende las multinacionales de las burguers. Tímida, no se atrevía a sentarse, consciente de que portaba un producto de la competencia. 

—Claro que puede pasar—, dijo Carlos.

—Déjala. No tiene ni idea de lo que es la buena comida—, le replicó uno de los zagales de la pandilla.

Esa respuesta le alegró el día a Carlos, que anda en esos momentos complicados de quizás no saber para dónde tirar. Carlos es quien maneja ahora la hamburguesería Bavaria. La gran hamburguesería clásica de Vilagarcía. No está muy claro si fue la primera, porque esa condición podría tener debate con la Ceibe, que estaba en Edelmiro Trillo, o la Parris, de las galerías del Casino, pero sí está claro que es de las últimas. Aguanta también la Jardín, que acaba de cumplir 36 años por cierto.

Andrés y Ramiro

Saber en qué año abrió la Bavaria es tarea complicada, porque sus dos pergeñadores, Andrés -ya fallecido- y Ramiro.  Ambos, que habían emigrado al Reino Unido, regresaron a finales de los años setenta del pasado siglo y decidieron que ese local de la calle Alejandro Cerecedo en el que se ubica la freiduría García era el idóneo para tirar para adelante en su vuelta a casa.

Y allí comenzaron Andrés y Ramiro. La fórmula era sencilla. Hamburguesas, calamares y unas empanadillas tradicionales que no se las saltaba un galgo y que siguen a disposición de todo el mundo. Las hamburguesas tenían, y tienen, dos secretos para el éxito. Por un lado, el pan artesano con el que las sirve Carlos, lejos de esos engendros precocinados que se estiran por ahí. Por el otro, el precio. La hamburguesa Bavaria es la joya de la corona. Lomo, jamón york, beicon, tomate, cebolla, lechuga y huevo, más la imprescindible burguer, por cuatro euros y veinte céntimos, porque tener el producto al precio que lo pueda pagar la chavalada fue una de las claves del éxito del local.

Esa, la de los precios, ha sido una de las batallas que han tenido que librar primero Andrés y Ramiro y ahora Carlos. Las multinacionales de la comida rápida se llevaron por delante varios negocios similares en Vilagarcía, pero Andrés y Ramiro primero, y ahora Carlos, aguantaron. Lo que estuvo a punto de llevarse por delante a la Bavaria, sin embargo, fue la pandemia. Sin terraza y sin servicio a domicilio, el local estuvo cerrado durante prácticamente dos años. Y las costumbres que ha traído el covid tampoco le ayudaron después. El personal ha cambiado de vicios y ya no consume las hamburguesas en los locales con la misma intensidad que antes. Apuesta por el reparto a domicilio, algo que en el Bavaria no pueden hacer, y, de hecho ha notado Carlos un incremento muy grande en la gente que pide el producto para llevar. «Al principio nos costó, pero poco a poco vamos remontando», apunta Carlos, que desmiente, pese a los rumores que circulan por Vilagarcía, que vaya a cerrar. «A dónde voy a ir yo, a mis años», razona.

Pero no todo son malos momentos. Carlos destaca la fidelidad de su clientela, que les ha permitido tener colocado el cartel de abierto durante tantos años. Una clientela fiel, porque la Bavaria está en en el imaginario colectivo de Vilagarcía. Solo hay que ver lo que sucede cada víspera de la Festa da Auga. El local es un comedero imprescindible para los nativos, y para algunos foráneos que ya saben bien a dónde ir. Aquella noche, a Carlos le llega la última hornada del pan artesanal sobre las cuatro de la mañana. Cuando acaba con las existencias se da una mínima tregua para pegarse una ducha que lo espabile y que le insufle fuerzas para afrontar el mañaneo, que también es duro y que en esa zona se junta con la sesión vermú. Una jartá de trabajo, pero que solo es una ayuda, no un maná. «Con dos días al año, no te da», razona Carlos desde detrás de esa mítica barra.