Vientos

Maxi Olariaga LA MARAÑA

BARBANZA

09 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Miguel Hernández se alimentaba de los vientos del pueblo y sus coplas incendiadas podrían aún hoy hacernos volar entre las águilas y las golondrinas si de verdad buscáramos la libertad y el sentido de la vida. Pero hay otros vientos. Vientos duros, violentos. Caballos salvajes que hacen bailar sobre su lomo intocable a los marineros inermes que fían su salvación al manto sagrado de la Virgen del Carmen. Vientos, vientos, vientos. Vientos duros, violentos. Galernas enloquecidas que parten en dos la nave de nuestro pecho y, como la Gran Moby Dick, hacen astillas las cuadernas, los mástiles y los aparejos que sostienen nuestras vidas. Hay vientos tóxicos y letales que desde el fondo de la caverna humana, abriéndose paso violentamente a través de la laringe, salen al exterior por bocas en las que navegan lenguas putrefactas, anunciando calumnias horribles destinadas, por envidia o soberbia, a acabar con la vida de almas ajenas.

Estos últimos vientos navegan sobre la geografía hostil de los hipócritas abrasando las cosechas impolutas de las eras vecinas. Decapitan los frutales, agostan las rosas y pudren hasta la raíz la verde hierba que ilumina las praderas en las que Dios se mira cada mañana para peinar su limpia cabellera de estrellas. Refugiarse en puerto, como hacen los viejos patrones, tal vez sea lo prudente, lo conveniente, lo obligado. Pero esa chispa de gloria que late dentro del yo, ordena seguir el verso del poeta y sublevarse y, por una vez, desenmascarar a los causantes de tanta tempestad y tanto naufragio. Por tanto, proa a ese viento hasta traspasar su corazón y varar por fin en las dulces playas del Edén.