Solo soy un usuario continuo de los servicios hospitalarios de Barbanza. El hospital es la joya de la corona del Sergas que, junto al ISM, ha creado una tupida red de centros asistenciales como no hay en el resto de Galicia y España. Los enfermos olemos a hospital: la comida, los baños, las ropas, los médicos, todo huele a enfermedad, hasta las molestas moscas atacan aquí con más saña. No conozco enfermos preocupados por la comida, pero sí por la curación de la enfermedad y la pronta marcha a casa
La sorpresa fue mayúscula al enterarme de que miembros de la plataforma de defensa de la sanidad pública invitaron a un afamado cocinero, el señor Chicote, al hospital para criticar la calidad de la comida. Entonces surgieron interrogantes: ¿Mezclarán el menú de celíacos con el de cardíacos? ¿Los de enfermos pulmonares con los operados de cadera? ¿No tendrán dietista y darán de comer a eito? Pues no, le invitaron para criticar la calidad de los menús servidos, que no sabían bien, decía alguno, que no tenía el nivel de restaurante, mientras no dejaba de fumar. Y he aquí el cristo montado por el eccehomo, antes Chicote, ahora nasido para derribar las ingustisias culinarias.
El tal Chicote transmutado de honrado cocinero a periodista de investigación gracias a un máster de la Universidad Rey Juan Carlos no tiene ningún tipo de vergüenza a la hora de elaborar programas tremendistas en menos de 24 horas que pasan de la cámara al teatro de las teles (la imagen del señor Chicote persiguiendo por las playas de Ibiza a un pobre emigrante gritándole que le faltaba licencia para vender fruta en la playa es delirante y una copia cómica de los documentales de Michael Moore).
Chicote, rodeado de un grupo de personas, a las que debiera haber identificado no como usuarios de hospital sino como miembros de la plataforma, se dedicó en dos horas a la coz y persecución de todo quisquilla por el hall del hospital al grito de «sé valiente y critica la comida». Un periodista de investigación, nasydo para justar contra los molinos de la racanería de la sanidad pública, debiera hacerse algunas preguntas, si tuviese tiempo en las dos horas que dedicó a la búsqueda del santo grial del agujero de gusano oculto en las cocinas del hospital donde se manipulan los alimentos aplicando secretos exorcismos de ahorro público. ¿Alguien puede creer que existan médicos insensatos que aconsejen a los enfermos traer la comida de casa?
Si no estuviese tan engreído de sí mismo podría hacerse algunas preguntas. Por ejemplo, si se ha denunciado la situación en el juzgado, si se ha denunciado la anomalía alimentaria ante las autoridades sanitarias, si se ha denunciado el presunto mal estado alimentario ante la oficina del consumidor o los servicios municipales de control sanitario, si se ha solicitado algún análisis a la farmacéutica municipal... La respuesta hubiera sido niet, niet, niet.
El señor Chicote, del que me molesta su vocación manipuladora, su tendencia a la demagogia, su desconocimiento de la sutileza, su simpatía por el panfleto así como el lado facilón de sus respuestas, junto a la pretensión eclesiológica clara de adoctrinar, debiera haber identificado a las personas que salen en su programa como miembros de una plataforma que se esfuerza en defender la sanidad pública, pero que ninguno de ellos era usuario de la misma, su afán de desacreditar al hospital de Barbanza y a todas las personas consentidoras y temerosas de denunciar tales desaguisados, que hacemos uso de sus servicios, en muchos casos mejorables.
Debería pedir perdón por montar una escandalera para vender en Madrid un programa envuelto en una bazofia llena de mentiras, un fraude muy alejado de cualquier espacio de investigación que la cadena en la que trabaja a veces nos presenta a los telespectadores. Convertir a un pobre hombre en un gran periodista lleva a veces a caer en el ridículo, y a desatender su restaurante y soportar protestas a su puerta de usuarios de sus servicios.
El tiempo de José María García ya pasó hace tiempo.