Viento del norte

BARBANZA

CARLOS RUEDA

17 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Sobre un fondo de hierba y hojas secas de cañas, que cubrían parte del camino, se asentaba la calma y el silencio del invierno. Soplaba un viento del norte a veces violento. Cortaba como sal la luminosa tarde del sábado. Zarandeaba sin piedad las febriles mimosas en flor, que se estremecían por encima de las viñas de Lara y Tarrío, y por debajo de las casas de la parte más alta de la aldea enmudecida. Miras, registras y recuerdas: «Vento do Norte, de que che coñezo?», preguntaba Uxío Novoneyra. El temporal invernal tiene nombre de mujer. Filomena ha teñido de blanco una buena parte del país. Pero nosotros nos hemos librado de su devastadora acción. «Estou en Compostela, vendo nevar no Courel», escuchas como recita la voz grave del poeta de Parada, delante de cuya casa hay aún un escaño vacío.

Brilla el amarillo de las flores contra el fondo verde oscuro de los loureiros. Deslumbra el amarillo de los vimbios sobre el lienzo verde de los campos silenciosos. Reluce entre las silveiras el pico amarillo del mirlo asombrado. En el espacio abierto del cielo que alcanza la vista, los pájaros han dejado de volar. Se han retirado las gaviotas y los miñatos que hasta hace una media hora planeaban sobre la hondonada de Trebonzos. Pero de repente, notas la inquietante mirada de alguien. Desde una esquina de la cabecera de la viña, una diminuta criatura alada te observa fijamente: ha llegado el petirrojo, «el simpático violero de los campos», según canta René Char. El más confiado de los menudos y numerosos habitantes de los matorrales y cañaverales. El más delicado y mágico asesino de insectos entre las hierbas debajo de las cepas. Mira, vuelve a mirar, escucha y zas se esconde entre los helechos y después de comer se echa a volar sin despedirse.

Compañeros, sabíais que ese pajarillo con una mancha roja en la papada y que mira con unos ojos negros como de la más alta y profunda noche, es el único que se acerca a las casas y a unos pocos pasos del morador de las viñas, y no para de mirarnos con esa mirada de ébano? Dicen que los pájaros libres no soportan ser observados. Pero el petirrojo no nos observa. Nos mira, mas no nos escucha. ¿No lo creéis? ¡Probad y veréis!

Continúa soplando el viento sin despeinarse. Lo oyes silbando entre los cables del tendido eléctrico, donde esta tarde no han comparecido los estorninos. Viento: ronca entre los troncos de los pinos y eucaliptos. Viento: gruñe y farfulla su enfado cuando atraviesa las silveiras y peina la hierba, que se ríe de su cabreo. Viento: irrita la superficie marina y afila las manos del que acaricia los labores en el emparrado. Ni los perros caminan entre las casas de la aldea en una tarde que ya se arrastra hacia la noche. Viento del norte: bufa la tierra reseca, mientras las ramas desnudas se calientan unas contra las otras. ¡Amor mío! Tengo las manos heladas y los pies fríos. ¿Tendré un sitio a tu vera cuando a casa llegue?

Siguiendo la estela de un sol en retirada, el ganado que pastaba en uno de los prados de O Agriño se ha refugiado en el lindero al abrigo de los pinos y carballos, camino ya de los establos cercanos. Más lejos se encontraba el pardo buey solitario cuando pasaste por la parte baja del agra de Os Fríos. El animal miraba hacia la aldea de Brión. En esa dirección lanzaba nerviosos mugidos. Veía cómo iba cayendo la noche y, a campo abierto, la oscuridad favorece al rebaño de las fieras nocturnas. Además, por experiencia intuye que cuando sopla del norte se acuesta en el mismo lecho que el lobo. Sabe también el semental que es el viento quién decide si caen del árbol primero las hojas o los nidos de los pájaros. Pues el aire violento es graznido, aullido y blanca helada.