Dos libros bastan para entenderlo todo: la Ilíada y la Odisea. Tú de joven y tú de viejo. El guerrero más grandioso de la historia, Aquiles, el de los pies ligeros, tiene que elegir entre acudir o no acudir a la batalla; entre la gloria y la felicidad. Por un lado la gloria de aniquilar Troya y que todos lo recordasen, pese a la profecía de que moriría en sus llanuras, por el otro una vida pacífica, anónima y feliz en Ftía con su amante Patroclo. Irónicamente el descendiente de los dioses escoge la opción más humana: la gloria.
Aquiles lucha en Troya y mata a Héctor, el héroe troyano. Y el mayor de los poetas, Homero, canta su cólera en la Ilíada. Lo hace inmortal, cumple el deseo de fama de ese joven impetuoso que buscó la gloria a toda costa, aunque esta gloria lo llevara a una muerte por flechazo en el talón de ídem. Sin embargo, en la Odisea hay un canto en el que Ulises desciende al inframundo y charla con el fantasma de Aquiles. El espectro le confiesa: «Preferiría ser el más pobre y sucio de los campesinos que se revuelcan en los estercoleros sobre la tierra, que ser el gran rey Aquiles en este mundo».
La ambición es una cruel lotería. Aquiles obtuvo lo que quería, su nombre nunca será olvidado. Y sin embargo, hay en la búsqueda de la gloria, del éxito, del reconocimiento o del dinero un cepo peligroso: cuando uno se obsesiona en buscar la grandeza suele olvidarse de ser feliz. Por cada historia de éxito hay mil fracasos. Y aunque lo consigas, quizá llegue el día en que «prefieras ser el más pobre y sucio», como el más grande, como Aquiles.