El que freirá las hamburguesas del McDonalds de Xarás se preguntará cuántas hamburguesas le quedan, hasta cuándo podrá seguir. ¿Se preguntará Cristiano Ronaldo cuántos goles le quedan? ¿Hay un límite de historias que un hombre puede contar?
Decía un viejo amigo que la mayoría de escritores solo tienen una historia que contar: aquella que el autor ha envuelto de sabiduría emocional a través de una experiencia, casi siempre dolorosa. Si son buenos, esa historia se irá profundizando en cada libro. Si no lo son tanto, la historia simplemente se repite. Dostoievski es el mejor ejemplo de lo primero y Bukowski, sin ser malo, es el mejor ejemplo de lo segundo.
Tengo una carpeta con 1.476 archivos. Un cajón de sastre: poemas, cuentos, artículos no publicados… No veo fin a mi incontinencia digital pero, como Buk, siempre escribo el mismo artículo, la misma historia. En parte tengo miedo a reconocerlo: «Eso es todo, no tengo nada más».
En la historia de la literatura sudamericana existió un valiente que se atrevió a parar, a decirlo: Juan Rulfo. Hizo uno de los mejores libros jamás escritos en castellano: Pedro Páramo, sin su obra no hubiera existido el realismo mágico. Escribió también un genial libro de cuentos: El llano en llamas. Después dejó de escribir. Cuando le preguntaban por qué lo dejó tan pronto, contestaba: «Es que se me ha muerto el tío Celerino, que era el que me contaba las historias». Al final, la alta literatura es lo mismo que tallar «Fulanito estuvo aquí» en un banco del parque. Solo queremos que nos recuerden.