




La vegetación estacional ya se ha abierto paso en las zonas quemadas, pero el pasto tardará unos dos años en recuperarse
09 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Ya se han cumplido dos meses desde el fatídico incendio que asoló 2.200 hectáreas en los montes de Barbanza. Originado en la parroquia de Cures, se extendió rápida e infatigablemente. El fuego cubrió de ceniza zonas de gran riqueza vegetal y animal como A Curota, el acceso a las piscinas del río Pedras, la calzada al Castelo de Vitres o el mirador de A Figueira. El tiempo ha remediado parte de la tristeza que infundía ver estos parajes despojados de sus verdes. Las primeras plantas, aunque tímidamente, asoman entre los negros cenicientos. Abundan los helechos. Pero son plantas estacionales que durante el otoño perderán su fulgor.
Hay que prestar especial atención al renacer de los pastos y las flores autóctonas. Su progresivo crecimiento irá marcando las diferentes etapas para la recuperación definitiva del característico paisaje rural barbanzano. La vida aflora sin prisa pero sin pausa. No obstante, los expertos advierten de que aún queda mucho camino por recorrer. Por fortuna, la existencia de cortafuegos y la incansable labor de los servicios de emergencia hicieron que la llama y la ceniza no se extendieran todavía más. Gracias a ello, todavía existe una basta fauna y flora en la comarca.
Montes resistentes
Cristina Fernández está al frente de un equipo en el Centro de Investigación Forestal de Lourizán. Lleva más de 28 años trabajando para la protección de los montes de Galicia. Su grupo es el segundo del mundo que más publicaciones científicas internacionales tiene sobre mitigación de incendios y protección del suelo.
Una de sus principales líneas de trabajo en la actualidad es determinar y cuantificar los daños ocasionados por el incendio de Boiro del pasado agosto. «Lo que hemos hecho ha sido medir con una escala de severidad el alcance y la gravedad de los incendios atendiendo a cómo han afectado al suelo del monte», explica.
Afortunadamente, los resultados dan lugar a ser moderadamente optimistas. Fernández asegura que «el daño del fuego sobre la naturaleza no ha sido demasiado grave», porque «el daño fuerte se localiza en sitios muy pequeños». Pero eso no quiere decir que se pueda bajar la guardia. La investigadora advierte de que, si no se lleva a cabo un concienzudo ejercicio de contención, el terreno dañado puede expandirse y la ceniza podría acabar afectando a otros sitios que ahora están razonablemente limpios. «Después de un incendio así es imposible evitar el deterioro de algunos lugares, pero sí se puede trabajar para que la ceniza no se extienda y dañe otras zonas».
Por lo tanto, el trabajo fundamental ahora es centrarse en lo que llaman «sitios de gran alteración», para monitorizar e incentivar el rebrote vegetal. Porque, tal y como señalan los expertos, todavía existe peligro en la comarca, a pesar de que se prevé que no se pierda demasiado suelo.
Cristina Fernández estima en dos años el período de recuperación de las «plantas leñosas», es decir, las más duraderas y perennes. El proceso ha sido mucho más rápido para las especies de hoja caduca. En las zonas cubiertas por helechos ya hay una cobertura de casi el 100 %.
Los montes gallegos están acostumbrados al azote periódico del fuego. Casi todos los años se consumen cientos (o miles) de hectáreas. A veces, las condiciones meteorológicas se alían con la llama y hacen extraordinariamente difícil la contención de la destrucción del entorno.
Pero la estampa que dibujan algunas zonas afectadas es ciertamente esperanzadora. El camino de acceso a las piscinas del río Pedras presenta unas condiciones que, a ojos inexpertos, parecen casi óptimas. A pesar de que se sigue advirtiendo una merma significativa en la frondosidad del lugar, el paso del tiempo ha subsanado buena parte de la destrucción del ecosistema. La mayor parte del entorno no evoca, en absoluto, palabras como «catástrofe» o «destrucción», sino otras más amables como «renacer» o «revivir».
Situación distinta
La situación es algo distinta en el mirador de A Figueira. A pesar de que, antes de hacer el descenso, no se advierten grandes daños, a medida que se aproxima la cima del monte se van multiplicando los recuerdos del fatídico incendio. Árboles desnudos o directamente partidos por las pasadas experiencias flamígeras. Incluso algunos carteles y vallas de madera de la cumbre siguen presentándose calcinados y destruidos.
No obstante, también se vislumbran, como pequeños brotes de esperanza, las primeras flores. Cerca del lugar asoma, con amarillo intenso, un manojo de toxos. Y están bien acompañados, porque los suelos también están espolvoreados de quitameriendas que añaden su lila a la paleta. Pero puntos calientes como el mirador Valle Inclán de A Curota siguen apagados y teñidos de colores oscuros. La vegetación de algunas laderas está prácticamente arrasada por completo.
Cuidar Galicia
Pasean por el área del mirador de A Curota dos parejas de turistas. Vienen de Bilbao. Para tres de ellos, es su primera vez en los montes Barbanza. Pero uno ya había visitado la comarca un lustro atrás. Desconocía el alcance de las llamas de este año. Huelga decir que su sorpresa ha sido mayúscula. «La última vez que vine era todo verde, frondoso y precioso. Ahora está arrasado. Es una desgracia», comenta.
También apuntan que, de haber sido un incendio intencionado —como señalaban algunas de las hipótesis— sería todavía más triste. Porque no hace falta ser oriundo de esta tierra para darse cuenta de que el capital que se pierde todos los años por la mordida del fuego es de valor incalculable. Al pie de los escalones que ascienden hasta el punto más alto del mirador, un pino resinero ofrece una perfecta metáfora visual. La mitad de su copa ha sucumbido a las llamas y viste un triste color marrón oscuro que indica la muerte de sus hojas. Pero la otra mitad está prácticamente intacta. Mantiene un verde brillante. Como si el incendio no hubiera pasado por allí. Así está ahora este entorno natural. Entre dos mundos.
«Se debería hacer todo lo posible para salvar los montes. Tomar todas las medidas preventivas que sean necesarias», opina otro de los visitantes. La investigadora Cristina Fernández ya había señalado en la misma dirección: «Es imprescindible que se invierta dinero en evitar que se desplacen los suelos dañados y la ceniza».
Los servicios de emergencia trabajaron a contrarreloj para levantar cortafuegos que contuvieran el avance. Pero esta actividad no siempre es fácil, porque el arrastre de materiales puede provocar avalanchas que pongan en peligro viviendas de la zona, como advirtieron el pasado septiembre los vecinos de As Trabes, en Porto do Son, que vieron cómo grandes piedras del monte se trasladaron ladera abajo casi hasta la puerta de sus casas, rompiendo varias tuberías y dejando sin agua algunos domicilios.
Todos los animales pequeños
Camilo Rey trabaja en la cafetería del mirador de A Curota. Es el único negocio que está construido en esta zona. Vivió en sus propias carnes la angustia del incendio de este verano. Relata que fue un jueves cuando vieron por primera vez algo de humo, muy a lo lejos. Al día siguiente se había acercado un poco, pero pensaban que estaba controlado. En torno a las siete de aquella tarde, apareció la Guardia Civil para evacuar el local. No pudieron ni recogerlo. Tuvieron que cerrar hasta el lunes siguiente.
Ahora están siendo testigos en primera línea del resurgir del lugar. Tal y como señala, «el entorno se ha recuperado mucho en apenas dos meses, cada vez se ve más verde». Pero no parece extrañado. «Es lo bueno que tienen Galicia y su clima. En poco tiempo la vegetación encuentra la forma de volver».
Sí le preocupa, sin embargo, el destino que puedan haber sufrido los pequeños animales del lugar. Antes de los incendios recibían a diario visitas de conejos y de algún que otro zorro. Pero desde que llegó el fuego no han visto ni una cosa ni la otra. Temen que las llamas hayan acabado con ellos, o que hayan tenido que huir por la destrucción de sus hábitats naturales.
Los únicos animales que todavía campan a sus anchas en el terreno son las vacas mostrencas. Totalmente acostumbradas a la compañía humana, se dejan incluso fotografiar —haciendo gala, además, de una envidiable fotogenia—. Algo más abajo, también merodean algunos caballos.
Camilo también asegura que cada vez vienen más visitantes al mirador, especialmente los fines de semana. Incluso apunta que, los días que siguieron al incendio, se trasladaron hasta ahí muchos curiosos que, impulsados por el morbo, quisieron ver en primera persona los efectos que había tenido el fuego sobre el monte. Hebra a hebra, flor a flor y árbol a árbol, la vida vuelve a abrirse paso por los montes de Barbanza. El futuro promete la llegada de brillantes colores.