Las vacunas

Carme Alborés. Outes BUZÓN DEL LECTOR

BARBANZA

04 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Mucha gente de mi generación presenta cicatrices que son fruto de vacunas infantiles contra la tuberculosis, poliomielitis, difteria o tétanos. Aún recordamos aquellos nervios antes del pinchazo contra la viruela y luego la reacción: enrojecimiento, dolor con el simple roce de la ropa, y finalmente aquella señal de por vida. Eran pandemias infantiles que quedaron grabadas para siempre en nuestra memoria, como aquel papel rojo alrededor de la bombilla, durante la convalecencia del sarampión, la inflamación de las parótidas paperas, la tos convulsa de la tosferina...

Esa generación, ya muy adulta, volvió a estar nerviosa esperando las vacunas contra el covid, pero así como los niños no sabíamos el alcance de nuestras enfermedades, ni sus consecuencias, hoy, ya antes de la vacuna, nos mostraron machaconamente a través de la televisión, los cuatro jinetes del apocalipsis: muertos, infectados, terribles secuelas y aún hay un quinto jinete que vino persiguiendo a los mayores y a los débiles, buscándolos en las casas donde están agrupados en mayor número.

Todo está a punto de acabar, todos fuimos vacunados, nos hemos vengado de la pandemia y muchos habrán ganado la partida a la muerte, consiguiendo una prórroga en esta vida y un salvoconducto para mostrarle a las parcas y decirles que aún no llegó nuestra hora. Muchos aún guardamos el acopio que hicimos de mascarillas, geles, guantes de látex, y aún perdura en nuestro recuerdo el miedo de aquellos días de confinamiento, los dos metros de distanciamiento, las pantallas de vinilo que nos separaban en los establecimientos, las noticias que nos hablaban de miles de muertos, aquellos entierros solitarios... Afortunadamente todo se olvida. Yo espero, como decía Bécquer, que las oscuras golondrinas que nos acompañaron en aquellos días no vuelvan jamás. Carme Alborés. Outes