Dama con pistola en noche oscura

BARBANZA

maria eugenia sanchez

20 nov 2022 . Actualizado a las 11:30 h.

Recostado contra un muro estabas mientras una luz de oro pobre caía sobre el mar, sobre la arena y los árboles que se alzaban en las márgenes de la playa. Entonces empezaste a reflexionar sobre esos recuerdos tuyos tan acuáticos: ríos, regatos, fuentes, charcas, estanques… y el agua marina. Te dices que esos recuerdos acuosos no responden a un plan determinado. Incluso no tienes una memoria exacta de cuándo empezaste a coleccionarlos. Además no sabes si algunos son reales o son recuerdos de sueños o pesadillas recurrentes. Pero crees que probablemente comenzaras a reunirlos y a escribirlos, y a archivarlos cuando ingresaste por segunda y definitiva vez en las filas del paro. Por aquel tiempo tenías 63 años. Y de aquellos días datan tus primeras vivencias de fragmentos de sueños inconexos, que te despertaban a altas horas de la madrugada y ya no volvías a dormirte hasta que la luz del día inundaba totalmente la habitación. Y así fue como te pusiste a escribirlos en una especie de diario. Y ahí continúas…

Así pues, todos estos recuerdos o sueños tuyos son absolutamente intrascendentes, pero te gusta transcribirlos a un papel en blanco y sin ningún afán predeterminado. En este sentido, hace unos días te encontraste escribiendo un relato cuya trama no sabes si ocurrió realmente, si alguien te la pudo contar, o simplemente es fruto de una de tus terroríficas pesadillas.

Era una noche áspera y sin luna del último domingo de noviembre de un año olvidado. En el lugar de A Pedra da Mina, en la antigua sinuosa y estrecha carretera de Boiro a Abanqueiro, un hombre se había emboscado detrás de un muro en el camino de tierra que conducía a Vista Alegre. Vigilaba la vía en plena oscuridad. Esperaba la llegada de una dama de porte fino y melena dorada. Él es vecino de esa mujer de andar confiado y elegante, pero poderosamente firme. Envuelta en un halo de femme fatale de película gótica, ella pasa un día sí y otro también por delante de la taberna, donde los hombres beben, juegan a las cartas y comadrean.

Ella es una dama madura y soltera. Va al pueblo y vuelve sola por esa tortuosa carretera solitaria, sobre todo los fines de semana. Él está casado y tiene hijos, pero acepta la apuesta de asaltarla una noche para hacerse el machote ante los vecinos. Vive a unos cuatrocientos metros de la casa de la dama. Y no se imagina que va a ser dolorosamente humillado. Desconoce que se trata de una mujer bizarra, de esas que ponen en su sitio a cualquier macho. Hipnotizado por el inconfundible perfume que deja tras de sí, él ignora que esconde una pistola bajo su falda.

En su escondite, el hombre se excita imaginando el cálido y húmedo olor del cuerpo de la mujer, que de repente aparece en la curva que pasa delante de la única casa de aquel lugar solitario. La espera en la curva justo enfrente. Ve que ella se acerca con un pequeño foco de luz. Piensa en que nadie sabe si ella se ha entregado a algún hombre o si alguien la ha amado. Espera a que pase. Entonces sale de su escondite y se lanza a por ella. Pero la dama se vuelve y porta la pistola en su mano derecha. Le apunta directamente al pecho. Él se desmorona y cae de rodillas ante ella, que lo reconoce bajo la débil luz del foque.

Después de que el hombre pidiera perdón y solicitara piedad, una amarga sonrisa se dibujó en su rostro en la oscuridad. Mientras él se meaba en los pantalones, ella se dio la vuelta y volvió a caminar en dirección a Abanqueiro. Cuando abrió el portón de su vivienda de aire noble, toda la aldea roncaba plácidamente. Ella no lo denunció y nada comentó sobre el incidente. Al margen de pavonearse delante de sus compañeros, él se escondía cada vez que la veía enfilar la calzada de la iglesia. Sufría en silencio el alto precio que había pagado por su osadía y temeridad. Su cobardía había quedado al descubierto en aquella noche negra como la tinta de un calamar.