No tenía pensado continuar con el artículo anterior, escrito con motivo del Día de la Mujer. Pero sea porque una buena historia no debe dejarse a medias o por el desenlace final de esta, me parece interesante darle continuidad. También porque la rectificación es inherente a la vida, esa carambola permanente que crea infinitas variantes con cada nuevo impacto.
Nuestra protagonista, la guerrera, libró la batalla de la promoción con las desventajas que les había contado, ser mujer y madre. Salió descontenta, quizás porque alguien acostumbrada a que no le regalen nada y que por sus responsabilidades necesita exprimir sus opciones, tiene desviación al alza en sus desafíos. La efectividad es vital para la supervivencia.
En el tiempo de espera por el resultado tampoco ayudó a sosegarla que el nivel de exigencia consigo misma —por los motivos citados— sea demasiado elevado. Tanto es así que, incluso antes de tiempo, sin esperar el desenlace, se zambulló en la cuaresma y se autoimpuso penitencia.
A su tiempo llegó el resultado. Y con él volvió la alegría, la sonrisa y la satisfacción: había logrado un meritorio puesto y la ansiada promoción. Una buena noticia que paladea y disfruta lo justo. En sus palabras «pico billete y paso página». Porque una madre-padre 24/7, como los jugadores de élite, tiene el tiempo justo para lamerse las heridas en las derrotas o festejar las victorias. Hay batallas que librar cada día. Sin descanso.
Pero quien suscribe, quizás por la perspectiva o la necesidad espiritual, disfruta mucho más de esta taza de justicia poética, a pequeños sorbos, en una soleada tarde de marzo.