Acudo a los funerales como muestra de cariño y respeto hacia los deudos del finado. También muestro mi respeto a la liturgia, siguiendo el ritual de los oficios religiosos y, aunque las cosas de palacio van despacio, me complacen las novedades que, cada cierto tiempo, se van produciendo. Los de mi época bien recordamos las obligatorias misas en latín, con aquel confiteor Deo omnipotenti que algunos sabíamos de memoria. Luego vino el Concilio Vaticano II, iniciado por Juan XXIII en 1962 y clausurado por Pablo VI en 1965 y que tantos clérigos tardaron y tardan en aceptar de buena gana. Aquel valiente concilio barrió con todos aquellos ritos tridentinos; así conocidos por su origen en el famoso Concilio de Trento.
Pues así, gracias a papas «progresistas», en los inicios de los 60, desaparecieron las misas en latín; los curas oficiantes se dieron la vuelta cara al público y dejaron de hacerlo como los musulmanes, con sus rezos hacia el paraíso perdido de oriente. Y, por fin, tuvo que llegar el papa Francisco para reincidir en la costumbre cristiana de darse la paz: «Daros fraternalmente la paz». Y las personas, con alegría, alejadas de la tristeza de ritos arcaicos, se dan la mano unas a otras a quienes están más cercanas. Me encanta la costumbre. Me parece la mejor manera de exaltar el mayor sentimiento cristiano: la paz.
Pero no a todos los curas les parece bien. Y a partir del covid, al tener que dejar de hacer tal práctica litúrgica, algunos curas, contrarios a tal ritual, dejaron de exhortar a los fieles a que se den fraternalmente la paz. Y menos mal que la manera actual de hacerlo (siguiendo el criterio de Francisco), no era la práctica del antiguo «beso de la paz» de los cristianos, que consistía en besar a aquellos más cercanos a nuestro lugar. Eso habría escandalizado aún más a los obispos contrarios al papa Francisco, quienes dicen que «el rito actual se les hace enojoso» porque «no todas las manos están limpias» y «la misa no tiene que suponer un acercamiento de amigos».
Algunos clérigos parecen haberse olvidado de que los ritos religiosos son la manera espiritual de acercar a los fieles de toda condición y que son, precisamente estos, quienes dan forma a la iglesia de Cristo. Por ello, deben participar de manera activa en la liturgia, y esa es una manera de hacerlo. Como concurrente a la mayoría de funerales de mi pueblo y aledaños porque alguien amigo dejó este mundo, yo, que no soy creyente al uso, lamento que se pierda la cristiana costumbre de darse la paz. Aunque, como lamentablemente he escuchado de algún clérigo, no todos tengamos las manos igual de limpias. Amén.