Apatrullando las meadas

Ana Lorenzo Fernández
Ana Lorenzo ENCRUCIJADA

BARBANZA

Una mujer paseando a un perro.
Una mujer paseando a un perro. M.MORALEJO

16 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

No daba crédito. Pensaba que era una alucinación, algo nunca visto y que creo que pocas veces se repetirá. El otro día el dueño de un perro limpió al instante la meada que el animal decidió dejar plantada en el medio y medio de la calle peatonal de A Pobra, que en aquel momento tenía las terrazas abarrotadas de gente, además de niños jugando por el medio, carritos con bebés que tiran todo a suelo y demás.

Pues así como se lo cuento, la mascota paseaba tranquilamente atada a la correa y decidió que aquel era el mejor lugar para parar un momento y aligerar la vejiga. Raudo y veloz, el propietario que llevaba en la mano una botella de plástico a la que previamente le había agujereado la tapa, la presionó y al instante roció con agua —no sé si contenía otro tipo de fórmula antimeo— la charca de pis que había dejado en la piedra.

Aunque existen normas en todos los concellos y multas para aquellos propietarios que no limpien los excrementos de sus mascotas, lo cierto es que poca gente las cumple. Sobre todo, porque es imposible que los policías —que cada vez apatrullan menos las calles— los pillen con las manos en la masa, o mejor dicho, dejando las boñigas en el suelo o las meadas decorando las fachadas de todo hijo de vecino.

Por este motivo, algo que debía de ser lo normal, como limpiar los rastros que dejan las mascotas en la vía pública, parece que cuando se hace es obra de un extraterrestre. Muchas veces me pregunto, ¿qué pasaría si todos los niños pequeños, que todavía no razonan, dejaran sus regalitos desperdigados por las calles?