Energías verdes

Carmen Alborés CON CALMA

BARBANZA

Imagen de archivo de placas solares.
Imagen de archivo de placas solares. Martina Miser

30 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

L a señora María apartó la vista de la ventanilla del tren pues solo podía ver un campo sembrado con multitud de paneles solares, todos iguales y resplandecientes, ocupando lugares donde antes solo había campos de cereal, amapolas, conejos, etc. Sabía además que ahora en vez de olivares, los campesinos plantaban placas solares, eran más rentables y no había que arar, abonar, regar, cosechar... A cambio había que pagar un alto precio: ver desaparecer los olores del campo, los frutos de los árboles, sus refrescantes sombras y donde además se cobijaban una multitud de animales.

Los campos sembrados de placas solares estaban siempre igual, no cambiaban de color según las estaciones del año, el viento y las tempestades no les afectaban, eran solo un caro y rentable material inerte ávido de luz y sol. La biodiversidad había desaparecido en aquellos inmensos campos fotovoltaicos, eso sí, los coches eran eléctricos, movidos por energías verdes, ¡Qué eufemismo y nada parecido al verdor de la naturaleza! Estos coches no contaminaban, y su dueño podía salir un Domingo al campo a visitar sus huertos solares. La señora María pensó en sus montes plagados de molinos eólicos volteando constantemente, acompañados de un constante y monótono sonido y en donde las ardillas ya no subían por sus mástiles, ni los pájaros anidaban en sus aspas. Ahora aquella silueta del monte que ella recordaba desde niña se había convertido en una fila de siluetas, todas iguales, de molinos eólicos, que lo único que molían era el viento. A veces a la señora María se le antojaba un calvario, o un enorme camposanto poblado de cruces en movimiento.

La señora María recordaba también aquel río cerca de su aldea, con su discurrir alegre y cantarín, rodeado de una pujante vegetación, poblado de peces, zapateros en la superficie y coloridas libélulas en sus orillas. Pero también recordaba cuando construyeron aquel embalse del que bajaba el agua, ladera abajo, metida en unos enormes tubos que iban a la central hidroeléctrica para mover unas enormes turbinas productoras de electricidad. A la señora María ya no le quedaban energías para dejar de pensar en estos elevados costes que hubo que pagar para que gracias a la electricidad de la catenaria, el tren avanzase a gran velocidad y el enchufe de su asiento cargase su teléfono móvil y la tableta del vecino.