Más de un siglo pasado en El Porvenir

Santiago Garrido Rial
s. g. rial CARBALLO / LA VOZ

CARNOTA

SANTI GARRIDO

Un negocio de efectos navales y ultramarinos de Quilmas, en Carnota, lleva más de cien años abierto. Sus dueños, la tercera generación, acaban de fallecer, y de momento continúa la cuarta

06 dic 2022 . Actualizado a las 10:14 h.

En 1924, cuando la fotógrafa norteamericana Ruth Matilda Anderson retrató a las mujeres de Carnota que regresaban de Muros con sus cestas a la cabeza, por un camino labrado al granito casi al lado del mar que seguía hacia Caldebarcos, Quilmas y O Pindo, la tienda El Porvenir ya llevaba unos diez años funcionando. Un comercio de esos que se definen de manera simple como de toda la vida, pero resulta que en unos pocos (cada vez menos) eso es verdad. Porque toda una vida, o mejor varias vidas enteras (cuatro generaciones) lleva resistiendo, junto a vientos y mareas, esta casa robusta y hermosa de Quilmas, perteneciente a la parroquia de San Clemente de O Pindo, en el municipio de Carnota. Fundada como El Porvenir. Comercio de Ceferino Rey Casais. Mercaderías en general.   

Ceferino, llegado de América tras una etapa migratoria, puso en marcha este local por que el que necesariamente tuvo que pasar Ruth, en aquel primer momento acompañada de su padre y de un guía local llamado Manolo, que describe minuciosamente lo impresionada y maravillada que se queda al pasar por esta tierra «tan alejada del resto del mundo».

ARCHIVO FAMILIAR

El Porvenir, que más tarde sería Casa Rey o Cas Agulleiro, como la conocen muchos vecinos de la zona, ha sido y es un ultramarinos y una tienda de efectos navales. Un espacio de esos que tienen de todo, cualquier día, a casi cualquier hora, y al que su vertiente marinera le ha permitido tener clientes de buena parte de la comarca de Fisterra, además de Carnota o Muros. Anclas o anzuelos, redes o alquitranes, cadenas y botas, cortezas de sobreiras y casi todo lo imaginable. Tenía mucho mérito esa apuesta comercial, ya que el pequeño puerto de Quilmas no ha destacado precisamente por su importancia pesquera, y los viajes desde Fisterra (estirpes marineros como los de Barracas han sido clientes desde siempre), por ejemplo, obligaban a un largo trayecto. Desde o hacia Cee, necesariamente había que pasar O Ézaro en barca (para el actual puente hubo que esperar a 1951). Muchas dificultades, pero el negocio iba bien. Y pasó a la segunda generación, con Segundo Rey Agulleiro al frente (que había nacido en Argentina), junto a su esposa María Teresa Formoso Piñeiro. Fueron años de continuidad, de trabajar además con un almacén junto al mar para la salazón de producto que le traían en barco, y de ahí al mostrador.  

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La tercera generación llegó hace cincuenta años justos, con el fallecimiento de Segundo, y tomando el relevo su hija (nieta del fundador), Esther Rey Formoso, que se casaría después con Francisco Caamaño Dosil. Este, pese a no haber crecido en el ambiente comercial de su mujer, se adaptó e integró en él con enorme facilidad e implicación, despachando, como los anteriores, multitud de alimentos y artículos de efectos marítimos. Y como los otros, también, a veces fiando a tantas personas con las que, salvo excepciones, nunca hubo problemas. Un día se hacía la venta y otros ya se cobraría.

Todas estas cosas, y muchas más que van saltando en la memoria y en un viejo diario que es toda una enciclopedia de recuerdos y datos familiares (aderezadas de algunas fotos), las relatan en la cocina de esta antigua casa Marta y Rubén Caamaño Rey, mientras su hermano Segundo, la cuarta generación, atiende a los clientes que, poco a poco, entran y se acercan al veterano mostrador. Lo hacen ellos porque sus padres fallecieron muy recientemente. Francisco, en septiembre, con 84 años. Esther, de 82, la semana pasada. Solo siete semanas de diferencia entre uno y otro. 

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Adiós a una época

Su muerte sella toda una época. El comercio sigue, pero ninguno tiene claro que vaya a durar mucho. A ver. Nada, incluso lo de toda la vida, es ya lo que fue. Y los hermanos quieren rendir homenaje a ese enorme pasado que tanto los ha marcado. A una manera sencilla, de esfuerzo y trabajo, de entender la relación con el cliente, con el amigo y el vecino, siempre honesta, sin el más mínimo engaño. Sin cobrar nunca un céntimo de más. Basada en la confianza. En mucho sacrificio del vendedor y la vendedora, con jornadas maratonianas, sin cerrar nunca. Sí el domingo por la tarde, pero si alguien aparecía por la puerta no se le iba a decir que no.

Esther y Francisco también llevaron el correo del entorno, lo que incrementaba la relación con los vecinos. Tenían don de gentes, especialmente él. Es fácil, viendo las fotos, imaginarlo tratando la venta de una pota San Ignacio, o de un balde colgado en el techo, de los que aún quedan varios a la vista. Y a Esther anotando cada ingreso y cada gasto, aprovechando al milímetro los años en los que se formó en Contabilidad y otras materias en Santiago. Una mujer que, ya en el año 1968, pudo comprarse un Seat 600, cuya matrícula aún tiene apuntada en ese diario familiar. Incluso es sencillo percibir lo que pudieron sentir los dos juntos día a día, mes a mes en el mismo espacio, en una tienda que conserva la estética y la distribución de los primeros años del siglo pasado. Cruzar la puerta sirve para comprar un bote de ColaCao, unas redes o un kilo de naranjas, pero también para hacer un viaje en el tiempo. Como el de las fotos de Ruth Matilda a su paso por Carnota. Una de ellas es la de un cruceiro en el camino de granito a pocos metros del cementerio, en el que ahora descansan juntos Esther y Francisco, a muy pocos días de que nazca su primer nieto. Otro porvenir, pero ya muy diferente.

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SANTI GARRIDO / ARCHIVO FAMILIAR

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