El llamado efecto Pigmalión y la persecución del éxito
MUROS
Hubo un tiempo en el que la combinación de palabras «no puedo» y «no doy» conformaban un muro de piedra con el que tropezaban una y otra vez mis pensamientos.
La verdad es que no sé en qué momento de mi propia historia este muro se hizo cada vez más alto y más fuerte.
Si intentaba en algún momento salir de mi zona de confort, el muro se hacía cada vez más visible.
Pero llegó un día en que conocí a personas que, sin saberlo yo, habían derribado sus propios muros. Fueron las mismas que vieron en mí la posibilidad de hacer cosas que yo creía con firmeza que nunca sería capaz de lograr. Muros que yo creía que no sería capaz de derribar.
Esos que algún día comenzaron en algo: los tropiezos, las caídas, las pequeñas mieles… esos que consiguieron la gloria siendo principiantes alguna vez.
Creemos que el éxito es una mezcla de trabajo, suerte y actitud. Pero en esa receta nadie ve la mano silenciosa de nuestros particulares «pigmaliones».
En la mitología griega, Pigmalión daba forma a una estatua de mujer para poder enamorarse de ella: le atribuía cualidades y belleza que el trozo de mármol no tenía, pero que él moldeaba con sus manos hasta alcanzar la perfección.
Somos la escultura griega de las manos que un día decidieron encontrar en nosotros belleza en vez de fealdad, habilidad en lugar de torpeza e inteligencia entre lo que nos quedaba de vulgaridad.
En la época que nos ha tocado vivir, llena de «falsos pigmaliones» que con altavoz en redes sociales ponen su vida como ejemplo, desvían nuestra atención hacia nuestro propio yo como última parada en esta vida.
No estamos hechos de mármol sino de la gente que algún día creyó en nosotros: padres, maestros, amigos, compañeros… aquellos que algún día te miraron con los ojos con los que tú no eres capaz de verte. Que te llevaron con sus miradas a lugares que creías que nunca verías. Que el factor suerte en la persecución del éxito se mide en la calidad de personas que tenemos en nuestras vidas.
A lo mejor nos han vendido una idea individualista del éxito que nada tiene que ver con la realidad del mismo. La cultura del esfuerzo, tan hegemónica en la era capitalista, no es más que un espejismo para alejarnos de los otros.
La realización personal se basa simplemente en la suma de múltiples acciones y palabras de la gente con la que nos hemos cruzado. Aquellos que, por pura generosidad y gran amor, nos empujaron a alcanzar nuestras metas.