El Nobel Sharpless muestra en Fisterra su enorme valor humano y científico

CARBALLO

El destacado químico elogió el paisaje y los valores de la Costa da Morte

21 dic 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Resulta paradójico cómo alguien que vive y trabaja en un mundo científico de imposible alcance para los mortales de a pie puede ser a la vez tan accesible y campechano para cualquiera. O tal vez no es paradójico y la grandeza se demuestra así. Es una buena lección.

Kar Barry Sharpless es una de esas personas. Premio Nobel de Química en el 2001, esta semana visitó Santiago para dar conferencias dentro del programa Conciencia del que es comisario el profesor baiés Jorge Mira. Quienes entienden su trabajo aseguran que incluso podría optar a un segundo Nobel por uno de sus más destacados trabajos. El que le dio el galardón versaba sobre las claves para el desarrollo de procesos de preparación industrial de fármacos, perfumes y otros productos, de una manera eficiente y menos contaminante. Barry ha dado clases en el Massachusetts Institute of Technology y en la Universidad de Stanford, una de las cuatro grandes de Estados Unidos, y que tantos Nobel ha proporcionado.

Como viene siendo habitual, su visita concluyó ayer en Fisterra, con comida y visita tranquila. Estaba acompañado por su esposa, Jan Sharpless, escritora, graduada también en Stanford, y Luis Castedo, catedrático compostelano y uno de los más destacados investigadores de España en Química Orgánica y Premio Galicia de Investigación, además de su esposa. Por cierto, hija de Ignacio Ribas Marqués, otra leyenda de la ciencia española, que fue compañero de Universidad de Miguel de Unamuno y además director de la tesis del marido.

Todos ellos fueron recibidos por el regidor, José Manuel Traba, y el teniente de alcalde, Santiago Insua. Durante la comida y los paseos, Sharpless demostró un extraordinario sentido del humor y su esposa, un exhaustivo conocimiento de la actualidad política y cultural mundial. Residen en La Joya, San Diego (California), y forman parte de la selecta élite social y educativa norteamericana, con contactos que harían palidecer de envidia a los principales políticos españoles. Además, están directamente implicados en fundaciones y programas de ayuda social. Bush no es de su agrado.

Los dos se mostraron encantados con Fisterra. Primero, en el Cabo, con la comida y con el paisaje. Tuvieron la enorme suerte de presenciar una de esas puestas de sol de postal, y de conocer por dentro el faro. En este caso, la suerte se la dio Agapito Mendoza, un lujo en explicaciones técnicas. Sharpless y Jan le cantaron una canción tradicional de un farero americano, todo un momento para recordar, basada en una señal marítima que Mendoza conoce.

Antes de bajar al pueblo, el Nobel firmó en el libro de honor del Concello. Ya van siete, además de Turing, que es la equivalente en computación, y Hawking, que no lo tiene, pero está en esos noveles. Escribió que Fisterra no es el fin del mundo, sino la cabeza. Es la filosofía del lugar ya en los textos de 1605 del Antiguo Reino de Galicia, apuntó el alcalde, y la que llevan a gala los bretones, en su Pen-ar-bed, la cabeza del mundo, en el Fisterra equivalente.

Vieron después el museo de la pesca, con explicaciones de Alexandre Nerium. Y, en contrapartida, Sharpless explicó teatralmente cómo pescaba su abuelo en Nueva Jersey.

Antes de marcharse, Barry confesó que lugares como Fisterra son especiales, de los que le hacen feliz. Recordó su vena noruega por parte de madre y los sentimientos de felicidad que una costa así le provocan. «Esto es muy hermoso, y eso que a mí me gustan más las tormentas, por la energía que se desprende». Prometió volver. Su mujer, naturalmente en broma, dijo que en vez de solo viajar habría que quedarse en Fisterra.

Un tipo especial, el Nobel.