«La parte más potente de mi adolescencia la pasé en Corcubión»

Eduardo Eiroa Millares
E. Eiroa CEE/LA VOZ.

CARBALLO

Músico por convicción y artista recala siempre que puede en la tierra donde tiene sus raíces familiares

03 ago 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

En Corcubión hay un hecho que anuncia la llegada del verano más que los cambios del termómetro. Vuelven los Lera a casa. No falla, año tras año y desde hace muchos, siempre recalan en la tierra de sus ancestros.

Son once hermanos y todos madrileños de nacimiento. Madrileiros, como dice Héctor Fernández Lera citando a Nancho Novo, que se define así.

Su padre era de Corcubión, de la familia de los Vara. Se fue a trabar a Madrid, al Ministerio de Agricultura y Pesca, porque había muchas bocas que alimentar y el trabajo en la Costa da Morte no abundaba. Por la mañana en el ministerio y por la tarde en una gestoría. No había otra para sacar adelante a aquella tropa, recuerda con mucho cariño Héctor Lera, que tiene la imagen de su padre llegando a casa a la hora de comer con 24 barras de pan. Casi nada.

Aquellos once niños se convirtieron, casi todos, en once artistas. Músicos, escritores, gente de teatro, actores.

Héctor Lera nació en el barrio de Chamberí en 1955. El del medio de todos los hermanos. El quinto. Desde adolescente lo suyo fue la música, a la que se dedica como profesor y también como compositor y cantante. El canto es lo que más le gusta.

Aquel niño, de familia numerosa, empezó a estudiar en el Conservatorio en Madrid. Pero Madrid era para el invierno y Corcubión, para el verano, para la vida. Nunca fallaban en esa época.

En Corcubión estaba y está una parte de la familia y allí volvían siempre a pasar varios meses. Los recuerdos, dice, son muchos. En la memoria los chorizos de la carnicería de Nemesio que asaban en el Castillo del Cardenal con vino a granel. «Era un botellón culinario», dice.

De Corcubión recuerda el pub La Noche. «Allí íbamos a bailar y a mendigar que nos dieran un beso las chicas. Aquí me enamoré por primera vez, me desenamoré por primera vez y me volví a enamorar», cuenta, y resume en una expresión: «Toda mi adolescencia potente la viví aquí».

Tiene 54 años y falló pocas veces. Dos o tres veranos, nada más. Hoy sigue viniendo cuando los compromisos lo permiten. Estos días se ha podido escuchar su música en el Atrio, en Cee y en la Cola da Ra, en Corcubión. El día 6 tocará en O Muíño, en Louro, y seguramente el 20 se despedirá con música de Corcubión hasta la próxima.

La música lo acompaña desde siempre y en ella pone todo su esfuerzo. Se nota que es su vida. «Decidí ser músico en plena adolescencia, con 15 años ya quería aprender a tocar la guitarra», recuerda. Y fue entonces cuando entró en el Conservatorio. No remataría su formación a la primera. Volvería a los 20 años y de nuevo a los 24, después de acabar Magisterio, para sacarse el grado elemental.

Vivió el Madrid en ebullición de la Movida de los años 80, pero antes se nutrió de voces como la de Víctor Jara. Le pesa no haberse metido en el mundo anglosajón.

El jazz, cuenta, fue una de esas cosas que se pusieron en su camino con el nombre de Louis Armstrong. Fue la época en la que entró, también en Madrid en la Escuela de Música Creativa. Canto, blues, jazz y harmonía moderna fueron algunos de los temas estudiados desde una perspectiva distinta de la que aportaba el conservatorio. Fue la época de una banda mítica, Ventolera, que pudo haber sido y tal vez no fue, y no fue todo lo que hubiera podido ser. Cosas de la vida, que a veces lleva a las personas por caminos extraños.

Pero no fue la primera banda. Esa se llamó Cántiga -con Justo Lera- y después Modestia Aparte. «Nos comieron el nombre», rememora. Compartió local de ensayo con nombres que después subieron como la espuma. Radio Futura o Ketama, por poner un ejemplo.

A veces, cuenta, parecía que las cosas se ponían a tiro para despegar. El disco de Ventolera estuvo a punto de producirlo Quico Veneno, pero no pudo ser.

Por el medio, otras formaciones, como la Orquesta Girasol y otra banda más, Canal de Gris, que después se llamó La Causa. Entonces lo llamó La Década Prodigiosa para ofrecerle entrar en la formación.

Hoy, años después, se nota cuando habla que todavía le pesa la duda de lo que podría haber sido si hubiera tomado aquel camino. Los de La Causa criticaron que dejase a la banda. Y no lo hizo. Todo para que seis meses después el grupo se acabara disolviendo. «La esencia de las personas no cambia, pero me hubiera tirado dos años currando como una bestia y haciendo dinero que me hubiera permitido plantearme otras cosas», dice.

Hubo un disco con Ventolera y otro con la Orquesta Girasol, pero la música no le llevó a la vida que buscaba. En el 2000, tras ganar una oposición, empezó a trabajar como profesor de música y desde entonces, con esfuerzo y con mucho sacrificio, editó tres discos en solitario. Lío , El escaparate y hace solo unos meses, su última obra, Donde quiero estar . Tiene claro que no va a parar.