Ameijenda era uno de esos jugadores en peligro de extinción. Un enganche, o un diez como le gusta decir a él, rebosante de calidad y con gol. Nunca entendió que el físico y la táctica fuese más importante que el entendimiento con la pelota. «En España, aquellos años, aplaudían al que corría aun sabiendo que el balón iba fuera, yo no lo entendía», cuenta. «Allí eramos muchos extranjeros y yo creo que eso le vino muy bien al fútbol español para crecer como creció», explica el argentino, que se nacionalizó ante la petición del técnico de la sub 20, que lo convocó para un sudamericano que acabaron venciendo con él de titular gracias a una moneda al aire luego del empate ante Paraguay. Allí habían vencido a una Brasil que ya contaba con Ze Carlos, Leónidas o Gerson en sus filas.
Partido contra Maradona
No obstante, se enfrentó a alguno mejor, un tal Diego Armando Maradona. «Estaba con la selección juvenil de Menotti y vinieron a un amistoso contra Huracán», rememora antes de hacer un silencio. «Una cosa de otro mundo, nos bailó a todos y no había forma de pararlo porque hasta esquivaba las patadas con una velocidad que no alcanzábamos ni a verlo», comenta todavía fascinado. Un Diego al que apunto estuvo de dirigir en Boca Juniors, pues se retiró unos meses antes de que el Tano llegase al cuerpo técnico. Fue entonces cuando se enamoró de La Bombonera: «Vivo a veinte cuadras del estadio y cuando la gente salta mi casa tiembla», y tuvo a un incipiente Riquelme al que ya le veía el potencial que acabó demostrando: «El mejor jugador de la historia de Boca», indica.