Toda una vida entre bolillos: «Se teño que deixar de palillar, enfermo»

Marta López CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO

Arriba: Matilde Isabel García y Carmen Bugallo. Abajo: Aurora Brión y Carmen Sar
Arriba: Matilde Isabel García y Carmen Bugallo. Abajo: Aurora Brión y Carmen Sar Ana García

El ADN de estas artesanas de Camariñas no tiene forma de doble hélice, sino de puntilla de encaje

05 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Carmen Bugallo es tajante: si a sus 71 años la obligasen a dejar de palillar, «enfermaría». Sus dedos se mueven ágiles entre los bolillos como antaño lo hicieron entre el marisco que recogía en la ría. Ahora, ya jubilada, puede dedicarle todo el tiempo que desea a un arte que para ella siempre significó «relax». «A miña nai morreu cando eu tiña só catro anos, así que foi unha tía a que me ensinou a palillar, con sete. E aí sigo dende entón!», comenta la mujer, natural de Xaviña pero residente en Camariñas desde hace más de medio siglo.

ANA GARCÍA

Esta semana, como tantas otras compañeras de oficio e integrantes de las asociaciones Rendas y Puntillas, estará palillando en la Mostra do Encaixe, una cita a la que asistió desde su primerísima edición y que solo se perdió por el covid. También fue profesora en las escuelas municipales de encaje y le pasó el gusto por los bolillos a su hija. No así a sus tres nietos, «que non queren saber nada disto!», bromea.

Otra veterana —y también mariscadora en su día— que se pasará estos días por el recinto de la Mostra será Aurora Brión, de 75 años y natural de Santa Mariña, aunque vecina de la capital municipal desde hace más de cincuenta años. Su idilio con el encaje empezó como el de tantas otras mujeres de su generación, por consanguinidad. «Miña nai, as tías de miña nai... En tódalas casas había alguén que palillaba, así que de nenas todas aprendemos», explica Aurora. Ella, a los seis o siete años, aunque no siempre pudo dedicarle tanto tiempo como le habría gustado.

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«O día que ía ao mar viña tan cansa que non tiña forzas para nada, pero cando non había mareas si que tiña ganas de poñerme. Non é que se palillase por pura necesidade, como antes, pero se podías vender algunha peciña, pois era unha axuda para a casa», reconoce la camariñana.

Al igual que Carmen, nunca se perdió ni un año de la Mostra y esta trigésimo segunda edición no será menos, pues está deseando socializar y palillar en comunidad. Sus dos hijas se desenvuelven en este arte, e incluso su nieta de 15 años, a pesar de haberse criado en Ourense, pero ninguna se dedica a ello. «O importante é que non se perda», reflexiona.

De la misma opinión es Carmen Sar, que a sus 76 años está dedicando a la puntilla todo el tiempo que le faltó durante su vida laboral. Natural de A Ponte do Porto, palilló entre los 4 y los 14 años, pero después se dedicó a la costura y la hostelería, emigró a Inglaterra y trabajó como empleada del hogar en su regreso a la Costa da Morte. «Ata os cincuenta e pico funme dedicando a outras cousas e palillaba algo no inverno ou polas noites, pero moi pouquiño. Desde que me retirei si que recuperei. Ao principio notaba as mans pesadas, ao non ter práctica, pero iso non se esquece e enseguida collín o ritmo», relata Carmen.

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En casa del herrero, cuchillo de palo, y en la de Carmen, pocas o ninguna pieza de encaje, pues prefirió siempre venderlas o regalarlas, como la puntilla que le está haciendo a una compañera de su hija para la boda. Recuerda la palilleira que en A Ponte do Porto también hubo siempre mucha tradición de encaje: «En tódalas casas. Recordo que nos setenta, entre setembro e San Xosé, xuntabámonos todas nunha casa e palillabamos sentadas no chan sobre un banco. Mulleres de tódalas idades, ata medianoite», rememora.

Una costumbre que también recuerda Matilde Isabel García, que a sus 88 años ha decidido ceder el testigo y acudir a la Mostra, esta vez, solo como espectadora. Ya contaba en 2021, cuando en esa atípica Mostra de otoño le rindieron homenaje, que la vista le empezaba a fallar, y ayer confirmó que ha decidido dejarlo. «Palillei dende moi nena, días e noites, e tiven aos meus catro fillos e nunca deixei a almofada, pero chegou a hora», señala Matilde, que con el encaje viajó por lugares como Italia, Portugal o la República Checa. «Sempre o pasei moi ben», concluye la mujer, porque para ella, y para todas sus compañeras, el encaje es, por encima de todo, su mayor pasión.

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