Escribe Ricardo Pérez y Verdes | Así fue nuestro viaje al país andino y nuestra subida al colosal Machu Picchu
21 ene 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Finalizado el año, y aprovechando que el 31 de diciembre se cumplían 50 años de nuestra boda, mi esposa, Lola Roel, y yo hicimos un viaje al país andino de Perú.
El motivo de la visita era cumplir un viaje pendiente que desde hacía algunos años tenía en mente, además de conocer esa cultura, que estaba seguro de que sería una de las más atractivas y apasionadas que me faltaban por conocer. Además, era uno de los contenidos de la asignatura de Historia que impartí en la Universidade da Coruña, centrada en Los antiguos pueblos precolombinos: Los juegos y deportes en el mundo preincaico e incaico.
También me interesaba estudiar in situ la cultura lúdica e inmaterial de la civilización inca y sus lugares de actuación, la adquisición de piezas y juguetes para el fondo museístico, realizar intercambios futuros con diferentes museos del país, contactar con las instituciones y con profesionales del ramo cultural y lúdico y, por supuesto, turísticamente «patear» las grandes poblaciones y sus monumentos más destacados.
Durante nuestra estancia en tierras peruanas, aprovechamos para repartir información sobre nuestra entidad a todas aquellas personas que compartían las mismas inquietudes que nosotros. Al final, los más de 100 dípticos que llevamos se quedaron cortos.
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Visitamos Lima, Paracas, las islas Ballesta, las líneas de Nazca, Arequipa, el lago Titicaca, Puno, Cuzco, el Valle Sagrado y el Machi-Picchu con el objetivo de profundizar en las culturas más antiguas, pre-incaicas, como Moche, Vicús, Chimú, Huari, Chavín y Tiahuanaco.
De entre los diferentes monumentos, atracciones e instituciones que visitamos, no podía faltar el Instituto Peruano del Deporte, con cuyo director, Rubén Darío Trujillo, me pude reunir. A él, y al director del Museo Largo, Andrés Álvarez, les expuse nuestro trabajo en el Melga y les extendí una invitación. Una de las mayores desilusiones que me llevé en mi visita al país andino fue el hecho de que no exista ni un museo del juguete ni uno dedicado al juego y el deporte, o que ni siquiera pudiese encontrar ningún libro sobre juegos y deportes tradicionales peruanos.
Paralelamente, visitamos mercadillos populares, centros artesanales, casas de antigüedades o almonedas intentando adquirir piezas y objetos para nuestros fondos museísticos. Nos llevamos una maleta vacía para dicho fin, y al regreso, como era de suponer, vino a tope con unas ochenta piezas nuevas. Trompos, peonzas, husillos, baleros, flautas, instrumentos de percusión, figuras de arcilla… Pero lo que más queríamos era conseguir una pieza de arcilla de un Chasqui y un caballito de Totora. ¡Y lo conseguimos! Aunque trabajo nos costó...
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Nos interesaban especialmente porque llevábamos años buscándolas y porque son puntos de partida históricos para la evolución de dos actividades deportivas modernas. Los chasquis fueron los primeros corredores de fondo y de relevos. Eran los mensajeros del Inca y recorrían más de 5.000 kilómetros a pie para llevar comunicaciones y mensajes por todo el vasto imperio andino de la época. En cuanto al caballito de totora, son unas plataformas o barcas hechas a mano con totora (juncos) que servían para desplazarse en el lago Titicaca. Como ellos decían, para «cabalgar sobre las olas». Son, sin duda, las primeras tablas rudimentarias y antecedentes del surf moderno.
Finalmente, las dos rutas más importantes de este viaje fueron, sin lugar a dudas, las visitas al Valle Sagrado y al Machu Picchu, Patrimonio de la Humanidad y una de las siete maravillas del mundo. Tras muchas horas de escalada para llegar a ambas cumbres, subiendo y bajando más y más escaleras, pasadizos y vías estrechas en las que se encontraban el Templo del Sol y la antigua ciudad inca, con gran esfuerzo y con falta de oxígeno por momentos pudimos cumplir el objetivo final.
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Impresionante y maravilloso. ¡Indescriptible! Tengo que decirlo: fue tan grande la emoción en ese momento, que alguna lágrima asomó en mis ojos. He de decir que nuestro guía solicitó a todo el grupo un aplauso para este jovenzuelo ochentón que no manifestó ni una queja en todos los trayectos.
A pesar de encontrarnos en algunos momentos entre los 2.800 y los 5.000 metros de altura, por suerte no tuvimos soroche. Es decir, mal de altura. Desde el primer día fue importantísimo, según las orientaciones que nos dieron, alternar descanso y alguna ayuda extra en forma de pastillas, infusiones u hojas de coca. La adaptación fue rápida y satisfactoria, y aunque nos encontrábamos en verano, época de lluvias, el tiempo nos dio una tregua, no llovió y las temperaturas fueron muy suaves, para la época.
Conocimos el desierto, el mar y sus islas, las líneas de Nazca, sus playas negras, sus valles y sus montañas. Solo nos faltó la selva amazónica. Todo lo programado se cumplió a rajatabla y fue un viaje fantástico y memorable. Una experiencia inolvidable que nadie debería perderse.