
Mi aldea del alma | No es que fuera ningún experto, pero me llevaba cuatro años en la escuela de la vida y, en aquellos años, eso era un mundo
11 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Manuel Ameijeiras Suárez, Manuel do Maroto, nació en Baio-Fornelos en 1936, en la casa que está a la izquierda en la fotografía, y falleció en Buenos Aires en 2014. En la casa de la derecha nací yo. Manuel fue mi «profesor de segundas enseñanzas». No es que fuera ningún experto, pero me llevaba cuatro años en la escuela de la vida y, en aquellos años, eso era un mundo. Me aclaró que los niños no aparecían de manera espontánea. Por entonces esto era un tabú, y aunque los niños de aldea sabíamos muy bien cómo se reproducían los mamíferos, nos contaban infinidad de tonterías para intentar mantener nuestra ignorancia en lo que a los humanos se refería.
También me involucró en alguna fechoría… Pocas, porque por mi salud en casa no me dejaban salir de noche a «divertirme» haciendo trastadas. A veces, iba a su casa a jugar a la escoba con el señor José, su padre, y aprovechaba esta salida para hacer alguna ruta, de noche y a oscuras, por las corredoiras, siempre a las órdenes de Manuel. En una ocasión fuimos a casa de Rivera. Manuel cogió el palo que llevaba y lo metió por el «picho do vertedeiro» (losa colocada en la ventana de la cocina, donde se lavaba la loza, con salida de agua al corral), y al otro lado tiró una olla de barro al suelo. No sé lo que tenía, supongo que serían papas (gachas) para la cena. Tiene poca gracia, sobre todo para los que se quedaron sin cena, pero es la verdad.
Delante de ambas casas había varios socavones de gran tamaño, que normalmente se arreglaban tapándolos con tojos («a cañeira», se llamaba). Estos tojos eran pisados y triturados por los carros y, con la ayuda de la lluvia, hacían estiércol. El problema surgía si cuando se sacaba el estiércol no se reponía el tojo. Un fin de semana la parte do Maroto se quedó sin él. Era domingo, y los mayores se habían ido todos a la feria, a comprar, vender u ojear, y la juventud, por la tarde, al baile, al cine o simplemente a pasear. Nosotros nos habíamos quedado en casa para cuidar de los más pequeños (yo de mis dos hermanos menores y él de su sobrino Chindo). Lo de cuidar es un decir; tan pronto se aprendía a andar, cada cual tenía que arreglarse como podía.
En mi casa había una máquina manual para desgranar las mazorcas de maíz, pero ellos tenían un cajón rectangular muy grande donde echaban las mazorcas, las pisaban con los zocos y luego repasaban los carozos. Como había llovido mucho, los socavones vacíos se convirtieron en lagunas. Manuel cogió el cajón, lo puso enfrente de casa, nos metimos dentro, y con un palo nos pusimos a navegar. El cajón filtraba algo de agua, pero en general la navegación era más que aceptable. El problema surgió cuando llevábamos navegando un par de metros, y la góndola tocó fondo y encallamos. Después de varios intentos, salimos como pudimos.
Unos vecinos, llamados da Corredoira, tenían un castaño que daba muchas castañas y, para que nadie las robara, ataban un perro al árbol con una cadena que abarcaba todo el radio de la copa. Manuel se rodeaba de niños, e íbamos a robar las castañas. Mientras uno vigilaba a los dueños, Manuel le dio un trozo de broa (pan de maíz) al perro, le cogió la cadena y con una estaca le amenazó de tal manera que lo dejó mudo. Mientras tanto los otros recogíamos los erizos. Luego nos comíamos las castañas crudas. El hurto era pequeño, pero repetimos la operación varias veces, ya que el perro, con solo ver a Manuel con la estaca, ya ni se movía.
Cuando tenía doce años cambiamos de casa. Dos años después yo me fui a estudiar A Coruña, y Manuel emigró a Buenos Aires. Nunca nos comunicamos por carta, solo nos veíamos cuando venía a pasar una temporada a Fornelos, cosa que hizo varias veces, y nos reuníamos para recordar nuestras aventuras. La primera vez que vino, aún estaba soltero, me regaló dos billetes y cinco monedas con las que me inicié en el mundo de la numismática.
Otra de las muchas cosas que debo agradecerle a Manuel.