
Esta sencilla obra, «Matres», de la compañía Campi qui Pugui, debería ser de visión obligatoria en institutos y colegios
18 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Una casa con una estructura tripartita; tres mujeres que desempeñan el papel de madre en diferentes etapas de sus vidas (Matres, ¿juego de palabras a partir del étimo latino matrem?); tres actores que, en distintos momentos, dan voz al muñeco que, a pesar de parecer totalmente inexpresivo, va guiándonos, como hilo conductor del argumento… Vi esta obra, con mi amiga Isabel, un día antes que los espectadores de Carballo, en el teatro Rosalía de Castro de A Coruña (desconocíamos que figuraba en el programa del FIOT).
Tuve la desgracia de quedarme sin madre muy joven y me vi totalmente reflejada en este espectáculo. Mi hermana la pequeña, con ocho años, era ese Jordi de la obra que, en diferentes etapas de su vida, recibió el cuidado de sus madres postizas, sus tres hermanas mayores (¡vaya casualidad!), al mismo tiempo que esa relación maternal «adoptada» se mantenía entre las demás, retroalimentándonos… El tema de la muerte y, sobre todo, de la palabra tabú, el cáncer, se refleja de forma natural y tierna en esta obra. Estoy cansada de leer: «Ha muerto debido a una larga enfermedad…». ¿Por qué seguimos ocultando esta palabra y, sin embargo, damos lastre a todo tipo de palabras soeces y vulgares, sin ningún tipo de pudor? «Eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca…», cantaba mi admirado Joan Manuel Serrat.
Pues también, «el niño no lo sabe» (escena de los dos hermanos en el coche, esquivando el brete en el que se encontraban). Ahí sí que es difícil… llegó la prueba de fuego… el comunicar tan triste hecho a un niño, pero… hay que decírselo. De manera serena, sin dramatismos, pero sí, hay que decírselo. En un mundo de frivolidad total, en el que parece que todo nos resbala, en aras del «no se le debe mandar deberes», «no se le puede agobiar», «no se le puede reñir», «no le prives del móvil, porque todos lo tienen (¿?)», … esta sencilla obra debería ser de visión obligatoria en muchos institutos y colegios.
Me encantó la puesta en escena. De repente, de la parte frontal de esa casa, llena de cariño, afecto y autoridad (¡no son incompatibles!), aparece la cama de un hospital, donde fallece la madre, y más tarde, la de la habitación de la abuela, donde muere esta. De uno de los huecos, que simulan un rompecabezas, extraen una caja en la que, simbólicamente, guardan (o entierran) la ropa y la máscara de la madre de Jordi.
En otro momento, se abre hacia el patio de butacas y el lateral izquierdo se muestra como la pared donde una profesora intenta que sus alumnos reflexionen sobre el día de la madre (¡Qué mal se pasa cuando no hay nada que celebrar!). Y, en el final, como la apoteosis de un gran espectáculo, los laterales se doblan y se convierten en las alas de un avión que llevan a Jordi, ya adulto, como si fuera una golondrina, junto con su tercera y última madre, la tía que lo animó a que fuese a clases de teatro, a pesar de la oposición de su abuela, a asistir a una representación.
Técnica al servicio de la palabra, esa palabra que, sin tapujos, se aprecia, acompañada de la expresividad de los actores que van dando voz a Jordi, (¡qué dulzura en la cara de una de las actrices!), y que muestra una temática, de matiz existencial y, por tanto, angustiosa, de una manera sencilla, tierna y profunda, a la vez. «Monedita, monedita…».