Vicente Mejuto Leis: la vuelta de un represaliado a casa

luis lamela

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Imagen familiar de los Mejuto Leis, de Cee. Los dos hermanos fallecidos, a la derecha del progenitor.
Imagen familiar de los Mejuto Leis, de Cee. Los dos hermanos fallecidos, a la derecha del progenitor. ARCHIVOS LUIS LAMELA

GALICIA OSCURA, FINISTERRE VIVO | El ADN de un sobrino identifica a este ceense fusilado en Navarra

19 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Son varios los vecinos de municipios de la Costa da Morte enterrados en cunetas o en fosas comunes durante la tragedia de la guerra civil iniciada en julio de 1936, tras un golpe de Estado medio fracasado. Uno de los varios casos fue el de la maestra, nacida en Cee, y muchos años vecina de Corcubión, Mercedes Romero Abella, hija de padre fisterrán y madre corcubionesa. Mercedes fue paseada en la zona del puente de A Castellana, en el municipio de Aranga, en la antigua carretera A Coruña-Lugo, y enterrada durante cerca de 83 años en una fosa común en las inmediaciones del cementerio de Vilarraso. Precisamente, en el mes de mayo de 2019 sus restos mortales fueron localizados e identificados y tuvo la oportunidad de descansar en paz para siempre en donde descansan sus familiares.

En estos días, el Instituto Navarro de la Memoria, del Gobierno de Navarra, logró la identificación de los restos de Vicente Mejuto Leis, uno de los vecinos ceenses que sufrió la represión franquista. Vicente, que nació en Cee el 24 de enero de 1913, chófer, fue detenido en su localidad natal pocos meses después de haber arrancado y roto un bando de guerra que habían fijado los guardias civiles en el tablón de anuncios del Ayuntamiento. Después de estar huido durante un cierto tiempo, el 9 de diciembre de 1936, el mismo día en el que fusilaron en A Coruña a su hermano Teófilo y demás compañeros sindicalistas, Vicente fue detenido y encarcelado, trasladado a la prisión provincial con 24 años, y sometido a un consejo de guerra el 4 de febrero de 1937.

Ante la cruda realidad del fusilamiento de su hijo Teófilo y la amenaza que sobre Vicente se cernía, Manuel Mejuto Penas, padre de ambos jóvenes, removió tierra y cielo para intentar salvarlo del pelotón de fusilamiento. Y lo primero que hizo fue arrodillarse ante el comandante militar de la plaza, y Delegado de Orden Público, el comandante de Infantería retirado, Guillermo Quintana Pardo, que a la sazón desempeñaba la cátedra de Matemáticas en el colegio de segunda enseñanza de la Fundación Fernando Blanco.

Desde la cárcel de Corcubión, en la que se encontraba también detenido Manuel, le envió una misiva a Guillermo Quintana, cuya copia me entregó un hijo de Manuel Mejuto, y hermano por tanto de Vicente, el 18 de agosto de 1996, durante el homenaje ofrecido por el Batallón Literario da Costa da Morte a los ceenses fusilados o paseados por el franquismo, acto celebrado en la Praciña do Olvido en Cee. Y durante 25 años demoré su publicación: «Cárcel de Corcubión 20/12/36. Sr. Quintana. Cee. Muy Sr. mío; y de mi mayor consideración. Me dirijo a V. porque sé que además de tener corazón, es padre, y que yo, otro padre como V. con el corazón transido de dolor, un corazón roto, despedazado y tan negro que solo la tumba lo puede curar. Pídole, pues, D. Guillermo perdón para mis desgraciados hijos, y para mi si en algo le pude ofender (que no creo) y se interesara como puede hacerlo, por este otro desgraciado que salió hoy para Coruña [se refiere a Vicente Mejuto Leis] y no se la suerte que pueda correr. No permita Sr. Quintana más desgracias en mi desgraciado hogar, no permita más desgarramiento en el corazón de una anegada y mártir madre, apiadase de una familia donde a caído la desgracia desde el año 35. Estos son los momentos más terribles de la vida, no pienso más que en la de mis hijos desgraciados, y de mi inconsolable mujer; ya no me importa el tener que salir a pedir una limosna con ellos; pues por ellos y para ellos vivo, y ahora en esta lúgubre prisión nada puedo hacer, y de continuar en ella, qué ¡triste!, qué horrible es la prisión. No puedo continuar Sr. Quintana, mi mano tiembla y la emoción me lo impide. Mi hijo tuberculoso, que tanto me sacrifiqué por él y ahora... Tenga compasión de él Sr. En tal seguridad, no me ofrezco, sino que seré su esclavo, disponga pues de él como mejor le plazca». Firmado por Manuel Mejuto Penas.

Sin duda que fue un grito desgarrado de piedad y clemencia. Nada conocemos de si hubo contestación a esta desgarradora súplica. Lo que sí sabemos es que Manuel Mejuto suplicó también ayuda a otros vecinos. Buscó que el militar Perfecto Castro Rial accediese a participar en la causa como abogado defensor y también a que sus tíos, Alfonso Rial Mouzo -y su suegro Juan Costa Domínguez-, y Francisco Leis Pose, actuasen de testigos de la defensa.

A doce años

La sentencia consideró que los hechos protagonizados por el joven Vicente eran constitutivos de un delito de auxilio a la rebelión y el fiscal solicitó 15 años de reclusión temporal. El defensor, Perfecto Castro, pidió su absolución. El tribunal lo condenó a 12 años y un día de reclusión temporal. No fue, por tanto, condenado a muerte por fusilamiento, es cierto, pero, en su condición de enfermo de tuberculosis, la muerte en las prisiones franquistas, con sus duras condiciones de hambre, hacinamiento e insalubridad, estaba garantizada. Poco después, el 17 de junio de 1937 fue trasladado al penal del Fuerte de San Cristóbal, de Pamplona, para cumplir la pena impuesta, y Vicente tuvo la oportunidad de participar, a pesar de sus debilitadas fuerzas, en la fuga general del 22 de mayo de 1938, pero poco después fue detenido y fusilado por la Guardia civil, sin formación de causa alguna, en las faldas del monte Ezkaba, en una zona próxima a la localidad de Berriozar, conocida como la Esparceta. Y enterrado en una fosa común, en la que permaneció hasta el 18 de abril de 2015.

Gracias al ADN de un sobrino, Vicente Mejuto Leis es el primer identificado de los 55 gallegos asesinados durante aquella fuga. En el certificado emitido por el juez municipal de la Cendea de Ansoaín, consta que Vicente falleció el 6 de junio de 1938. Y resulta singular que aparezca su nombre en el mármol de la lápida en la tumba familiar que los Mejuto poseen en el viejo cementerio de Cee. Seguro que no quisieron que la omisión ayudase a su olvido. Ahora, con la identificación de sus restos, seguramente descansará en donde tantos años les esperaron los restos mortales de sus progenitores y hermanos.