Desde el mirador de Pais | Nueva entrega de las crónicas de Gregorio Pais. ¿De dónde vienen los azulejos que hoy ya son seña de identidad de la localidad? ¿Le suena a patio andaluz?
18 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.La Guerra Civil no propició grandes destrozos materiales en Corcubión, aunque los que hubo, eran de mucho valor. Antes del conflicto, había dos sociedades, el Casino de Caballeros, donde ahora se encuentra el Casino Recreativo en la Praza Castelao, y el Liceo de Artesanos, que estaba cerca de la actual Casa da Cultura. Durante aquellos tres años no desaparecieron, pero sí dejaron de ser referentes culturales de la zona, pues los fascistas se encargaron de quemar libros y documentos y de cerrar aquellos lugares. En el Liceo, donde había que pagar un buen dinero, la actividad acabó en el 36. El Casino, en cambio, se transformó y fue comedor social, a donde acudían los más desfavorecidos durante la guerra, tras la que también echó el cierre.
Con el paso de los años, todos aquellos que antes tomaban el café y jugaban la partida entre aquellas paredes, pronto pasaron a hacerlo en el Basilio, muy cerca del local. Entre trago y trago, cuando la situación ya estaba más calmada, los clientes miraban a aquel edificio que hasta unos años antes era espacio intelectual de la época. Lo hacían con una recurrente pregunta. ¿De quién era aquello? Nadie lo sabía.
Los Caballeros, anteriores dueños, se habían ido muriendo y los jóvenes eran más propicios al Liceo. No existía ya ningún documento de la propiedad y Crespo, el cobrador de contribuciones, natural de Ortigueira, comenzó a interesarse por aquello, pero no había ni quien tuviese una llave. «Hay que inventar algo para abrir esto, que es una pena», decidieron entre Crespo, el juez Rojo, el notario y otros corcubioneses en aquel momento.
Fue el propio juez el que lanzó la idea: «hay que crear un nuevo documento de propiedad». Pero para ello hacía falta alguien que pusiese su nombre. Y nadie se atrevía, por mucho que la idea partiese de un juez y de otros altos señores, por temor a las represalias si los descubrían. Pero finalmente hubo dos personas, de mala gana, que accedieron a responsabilizarse de ese documento falso.
Uno fue mi hermano Ramón, que después sería alcalde y que ya de aquella era tirado para adelante y quería meterse en todo lo que se hacía en el pueblo: fiestas, regatas y otras iniciativas. El otro era Paco Lema, que vivía en lo que llamábamos el palacio. Firmaron un documento de propiedad, uno haciéndose pasar por vendedor y otro por comprador. Eso permitió realizar los trámites y vendérselo a los interesados en hacerse con el casino, del que soy el socio número uno, por ser el único que queda de aquella primera generación.
Una vez abierto, descubrieron que el techo estaba podrido y fue Perfecto Castro quien consiguió un crédito de 50.000 pesetas, que después se repartieron en acciones de 1.000 pesetas. Pero aún así, 1.000 pesetas en aquellos tiempos no era nada fácil tenerlas. Y entonces hubo dos señores que compraron 10.000 cada uno: Rafael Juan y Benigno Lago. Tras la reforma, el casino empezó a funcionar bien, con cantinero y unos 100 socios. Cuando llegó el momento de devolver lo prestado a aquellos dos señores, Rafael Juan optó por cederlo a las arcas de la entidad, mientras que Lago decidió aportar para alguna obra en el municipio.
La construcción del relleno: «¡Esto no es un patio andaluz!»
Se estaba haciendo por aquel entonces el relleno de Corcubión, que era una obra de la que era responsable Puertos de A Coruña. La aportación de Benigno fue la de proponer y pagar esos coloridos azulejos que ahora se han convertido en una marca del municipio. Llegó el día en el que el ingeniero jefe de Obras Públicas, Ramón Molezún Núñez, quiso comprobar como iba aquel proyecto. Y, de repente, descubrió aquellos azulejos y montó en cólera. «¡Pais!», gritó a mi hermano Ramón, que ya era alcalde, «¡Esto es un patio andaluz y estamos en Galicia, aquí llueve, debe ser de piedra!». «Sí, señor Ramón, pero por favor no haga eso, que este hombre de Corcubión [por Benigno Lago] puso mucho empeño en que así fuese». Al final, como ya estaba hecho, así permitieron que se quedase. Y aquella estampa más propia de un patio en Andalucía, se convirtió en santo y seña de un municipio gallego.