María José y su familia llevan 20 años veraneando en Laxe: «Ni el sur ni Levante, esto es otro mundo»

LAXE

ANA GARCÍA

El efecto llamada de un nuevo hotel, dos decenios atrás, trajo a María José López y a su familia, por vez primera, al municipio laxense, en la Costa da Morte. Y ya nunca dejaron de venir: «Aquí tienen calidad de vida»

30 jul 2025 . Actualizado a las 00:53 h.

María José López no tiene dudas de que Laxe ya forma parte de ella: «Es un trocito de mi vida. Llevo veinte años viniendo». El tango de Gardel dice que veinte años «no es nada», pero en su historia sí lo son. Dos decenios, justamente, son los que María José y su familia llevan veraneando en este corazón marinero de la Costa da Morte. Como casi todo lo que acaba perdurando en el tiempo, el inicio de esta relación vacacional llegó por casualidad: «Mi marido, Jesús, estaba por aquel entonces bastante cansado, un poco estresado y agobiado. Vio que abría aquí un hotel de tres estrellas, y se dijo: ‘Pues aquí que voy’». A dos pasos de la playa, todo pintaba bien. Así fue como Jesús, María José y su hijo, que veinte años atrás era un niño de solo cuatro, arribaron a Laxe. Lo hicieron un día de «chirimiri», una lluvia fina y ligera que, a priori, no parecía lo más apetecible para alguien a quien le gusta el calor: «Vivimos en Madrid, pero yo soy de Jaén», cuenta María José.

Quizás en algún momento Jesús llegó a pensar que aquella elección para su descanso le costaría incluso el divorcio —bromea ella—, pero poco tardaron en ver que habían acertado de pleno: «No tenía sol, pero sí una playa muy grande, y al cabo de unos días mi hijo empezaba ya a jugar con otros niños, hizo enseguida su grupito de amigos... Mi marido estaba feliz, mi hijo también lo estaba, y yo feliz de verlos a ellos». Así se fraguó un idilio con la localidad que aún perdura, aunque hayan cambiando algunas cosas. Ahora ya no se alojan en el Playa de Laxe, sino en casa de unos amigos. Eligen julio, si puede ser todo el mes, aunque Jesús debe hacerlo una temporada con el teletrabajo a cuestas. «Aprovecha además para visitar clientes que tienen por la zona», indica María José.

LA «NADA» O EL «TODO»

El desarrollo turístico que hoy tiene la Costa da Morte era distinto hace veinte años. «Alguna gente nos preguntaba qué nos traía aquí, porque decían que aquí no había nada. Y quizás eso mismo era precisamente lo que buscábamos, nada. Aquí tienen calidad de vida, cosa que igual nosotros no tenemos en nuestro día a día, o no así», reflexiona. Al contrario de estos comentarios, María José halla mucho atractivo en Laxe: «Puedes pensar que para qué siempre al mismo pueblo, que qué aburrido. Y no. Aquí tenemos comercio, tenemos hostelería, tenemos fiestas, como ha sido Santa Rosa ahora, después las de agosto, para las que nosotros ya no estamos. Ves familias enteras en los barecitos por las tardes, ves a esos niños que has visto crecer desde pequeños... Te digo de verdad que es muy entrañable». Vieron el ejemplo en su propio hijo, también de nombre Jesús: «Ni móviles ni maquinitas, él se iba por las calles con sus amigos, estaba muy seguro, tenemos este paseo... Y eso a la larga, te cala. Muchas veces no sabemos ni lo que tenemos».

«Yo, estando aquí, desconecto. Dejo el móvil de lado completamente», pide disculpas María José al no haber visto dos llamadas. Coincide, sin embargo, en que es bien sano lograr alejarse del aparato. Nada que reprochar. Jesús, su marido, sabe de esa desconexión: «Si tu vida depende de una llamada, no la llames a ella estando en Laxe», ríe. Él indica una hora probable y, ahí sí, María José responde, colaboradora desde el minuto uno. Explica que, si en algún momento del año no va a Laxe, «como que me falta algo». «Por más que vayamos al sur, o a Levante, o adonde sea, si no vengo aquí, no acabo de desconectar totalmente. Busco la tranquilidad, no quiero nada más».

Incluso alguna Semana Santa, algún puente del Pilar o algún otro se han acercado a la Costa da Morte. En su hijo Jesús, periodista, han fraguado otro enamorado de Laxe: «Sí, sí. Sigue viniendo. Mañana mismo [por la semana pasada] llegará. Tiene la opción de quedarse en Madrid, pero no, desde aquí trabaja también, y más fresquito, como él mismo dice». Otros miembros de la familia e incluso amigos de Jesús hijo han ido peregrinando ya a Galicia después de tan buena prescripción. Por supuesto, salen de la villa laxense. Malpica, Corme, O Ézaro, As Catedrais... «Como yo les digo, han hecho de una andaluza una medio gallega», se ríe María José. Huyen del bullicio, de las fiestas multitudinarias, adoran la gastronomía: «Nos vamos con unos kilitos de más. ¡Menos mal que tenemos playa para andar después de comer! Es que empiezas y no acabas. Está rico todo, un tomate, una fruta... Aquí tienen mercadillo los viernes, y ahí me compro yo mis frutas, mis verduras. Todo está bueno, una lechuga... ¡Hasta el albariño está rico aquí!». Eso último lo dice esta andaluza-madrileña-gallega porque en los primeros años se llevaban «cosas de aquí» con las que seguir sosteniendo Laxe en el paladar: «Pulpo, vino... Pero resulta que allí en Madrid no me sabían igual. Las cosas de comer las tienes que comer en el sitio en el que estás, es algo muy diferente».

LA FELICIDAD

La de María José no es la única historia de veraneo longevo en Laxe. Pasa lo mismo en otras localidades costeras, como Malpica o como Caión (A Laracha), donde incluso es bien frecuente tener segundas residencias o alojamientos fijos de un año para otro. Por el camino, no obstante, se van produciendo cambios de vida. El pequeño Jesús ha crecido y María José, que llegó a la Costa da Morte «muy jovencita», peina ahora los 58. «Y ojalá pueda venir muchos años más», desea. Le suelen decir cuando la ven que tiene cara de felicidad, y no solo es apariencia. Como ella dice, «es que estando aquí, es verdad». Su veraneo perenne en Laxe es renunciar a nada, sino elegir conscientemente un lugar que les hace bien. Viajar hacia el interior.