La Escola de Verán de O Couto, un puzle en el que «todas as pezas encaixan á perfección»

Laura rodríguez / s. g. CARBALLO / LAVOZ

PONTECESO

Este año participan en esta actividad más de 300 niños, una cifra que crece con cada edición que se celebra

17 ago 2023 . Actualizado a las 10:32 h.

La Escola de Verán do Couto, en Ponteceso, lleva ya 41 años abriendo la aldea de O Couto para que los niños lo pasen bien y también para darles a conocer el mundo rural durante el mes de agosto, ese mes que niños, padres o monitores ansían todo el año. Carla Varela, monitora, comenta que incluso muchas familias planifican sus vacaciones teniendo en cuenta que llega la Escoliña.

Desde el día 1 y hasta otro 1, el de septiembre, participan 313 niños de entre 3 y 16 años, aunque no se descarta la entrada de más esta segunda quincena. «Este ano somos 300 e para o ano que vén seremos 400», dice Alba Bermúdez, monitora y coordinadora de familias. En sus inicios tan solo acudían del lugar, pero con los años se fue abriendo a otras zonas. Ya hay niños de toda España que aprovechan que veranean en la zona para acudir. No faltan tampoco del resto de Bergantiños, que crecen mientras acuden cada año a esta iniciativa. Una vez superen los 16 y no puedan asistir emprenderán el camino para ser monitores, a los 18, y seguir formando parte del campamento.

Hay muchos ejemplos de antiguos alumnos que ahora integran el equipo de 30 monitores, como Sara, Alba Pombo o Alba Bermúdez. Esta última lo explica: «Viña á escoliña cando eramos 30 ou 40, e agora estou encantada de volver aquí como monitora, cada ano somos máis e funciona mellor. Somos un puzle onde todas as pezas encaixan á perfección. Ademais, permite aprender mais de cultura, todo ligado a Galicia, en galego», algo que experimentan en las cuatro rotaciones que son huerta, costura, manualidades, y baile y baile deportivo, que se combinan con las actividades planeadas por cada responsable de cada grupo.

No hay trabas para acudir a este campamento: esa es una de las principales ideas de este proyecto, como cuenta Uxía Varela, hija de José María Varela, el encargado de la organización. «Se hai que habilitar un sitio para quen ten síndrome de Rett, por exemplo, habilítase, queremos que todo o mundo teña sitio». Para las personas con necesidades especiales (hay varios casos) está June Carabel, terapeuta ocupacional, que aporta la integración, y trata de «visibilizar que iso existe e normalizalo». Incluso impartió una charla para enseñar a los monitores cómo actuar. Algo que agradece Virginia, también educadora: «Gústame ter nenos que me esixen a min, poñer máis empeño, e traballar mais para que me axude no meu desenvolvemento futuro como monitora e profesora (estudia Educación Infantil)». Los niños se lo pasan en grande: «Aquí somos felices, hacemos actividades superchulas y es muy divertido», explica Noel, que tiene cinco años, y los que actúan como profesores se nutren de ellos. «Ensínannos moitas máis cousas das que nós lles podemos ensinar a eles», como afirma Candela Lema, instructora.

Sin monitores no habría campamento, pero tampoco sin la gente de O Couto que ofrece sus casas y su tiempo a los niños. «Todo o mundo colabora sen recibir nada a cambio», comenta Brais Andrade, responsable de los nacidos en el 2013. Se trata de gente como Luis Facal, que siente que rejuvenece al ver actividad en la aldea: «Con 80 anos parece que teño 20», un sentimiento que comparte con los otros 10 voluntarios séniores, que ayudan en el funcionamiento de las actividades. «É unha aldea que participa e iso non se adoita ver por aí», cuenta Lucía Rama, monitora. Estuvo en muchos campamentos, pero ninguno como este, asegura. En O Couto se siente libre, porque puede enseñar las costumbres con las que lleva viviendo toda su vida. También se ponen en valor las relaciones intergeneracionales, aspecto que destaca Paula Blanco, coordinadora pedagógica, algo que debido a la realidad actual, con las pantallas que lo copan todo, se ha ido perdiendo.

El campamento se siente como un soplo de aire fresco antes de la vuelta a la rutina. Finalizará el 1 de septiembre con una gran fiesta, como esas que suele haber en todos los colegios al acabar el curso, un evento a lo grande, el Festival Escoliñafest, que organiza Uxía Varela, y en el que también participan monitores y padres.

Este cierre supondrá un retornar duro para todos aquellos que tienen que ver con esta actividad impulsada por José María Varela, gerente de la Fundación Eduardo Pondal (FEP).

Nadie quiere ver el final porque saben que un año más se despedirán de O Couto entre lágrimas y deseando que pasen de nuevo 335 días para regresar. Uxía e Inés fueron alumnas, ahora ayudan en todo lo que pueden, fue esa la manera en la que se enamoraron del Quinteiro o la Fundación. Un amor que les hace sentirse llenas y nostálgicas al mismo tiempo. Y que en un mes volverán a A Coruña, donde estudian, con la angustia de no poder ver cada día a los niños, a sus compañeros y por todos los momentos compartidos.

Todos los monitores resaltan esa unidad, se consideran una familia, comparten una conexión para muchos difícil comprender. También es complicado entender la magia de la aldea de Ponteceso si nunca se ha acudido, sentimiento que resaltó Jose María y que siguen transmitiendo también sus hijos. Entre todos ponen en el mapa a O Couto, con sus campamentos y con el festival Festiletras.