Nostalgia de claveles en los sueños rotos de la izquierda

Enrique Gómez Souto
enrique g. souto LUGO / LA VOZ

CDLUGO

OSCAR CELA

27 abr 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Mientras en los fusiles portugueses estallaba la primavera de los rojos claveles de la libertad, en el Lugo de 1974 algunos empadronados, no muchos, soñaban también con un futuro sin dictadura, libre de los siniestros aguiluchos, de yugos y de flechas. Ahora que los viejos capitanes de la revolución portuguesa vuelven a salir a las calles lisboetas, para decir que ha llegado del momento de gritar ¡basta ya de tanta crisis y tanto recorte!, en Lugo recuerdan con claveles aquel 25 de abril hasta los que por entonces ni se planteaban qué cosa era eso de la democracia y la libertad. Cuarenta años después, los capitanes de abril son una foto en sepia y en la vieja ciudad amurallada hay una amarga nostalgia de las esperanzas de aquellos días. Por eso, hasta en la entrega de los Milagrosistas do Ano sonó en la noche lucense Grândola, vila morena, la banda sonora de la revolución de los claveles. Unas horas antes, el socialista López Orozco y el representante municipal de la derecha, Jaime Castiñeira, pactaban obras y compras. Orozco, apenas concluida la reunión negociadora, reflexionaba acerca de cómo el capital rompió el pacto tácito con la socialdemocracia para desarrollar un capitalismo de rostro amable. Y, en Lisboa, los soldados que 40 años atrás cambiaron bayonetas por claveles, gritaban de nuevo ¡basta ya!

Orozco, profesor de Filosofía, sabe bien que al desmoronarse el muro de Berlín cayeron los últimos diques que frenaban el desbordamiento del capitalismo más voraz. Es el mismo que ha roído, que ha estado mordiendo los bordes de su gestión hasta situarlo en la dura posición en que se encuentra; es el mismo que genera las aberraciones que condujeron a las chanchulladas que investiga Pilar de Lara en el caso Pokémon, en el que está imputado.

La izquierda dejó de soñar revoluciones cuando se convenció de que podía reformar el sistema desde dentro. Pero, al igual que la no-moda hippie acabó en el escaparate de los grandes almacenes, el socialismo fue a parar a la vitrina de trofeos del capital. Orozco solo es uno más de esos trofeos, aunque quizá aún no se enteró. Por eso la derecha, desde su triste tabuco consistorial, le impone obras y compras con cargo al ahorro municipal. Hay síntomas que indican que en el socialismo lucense hay quien empieza a darse cuenta de por dónde van los tiros de la batalla ideológica. Quizá por eso, el secretario general del PSdeG, José Ramón Gómez Besteiro, ha puesto en marcha, como presidente de la Diputación, algunas medidas que remiten a los principios que inspiraron la creación de su partido. Le conviene no descuidarse, porque la derecha, tan dada a reinventarse, juega muy hábilmente al entretenido juego de la rebelión, de esas rebeliones que se hacen para que nada cambie mientras parece que nada es igual. Por ejemplo, el grupo que lidera Elena Candia se rebela contra el ministro Gallardón y la reforma legal que, de llevarse a cabo, eliminaría ocho de los nueve partidos judiciales de Lugo. No es extraño que el nada exaltado alcalde vilalbés, Gerardo Criado, le recuerde al ministro que los servicios públicos tienen que estar cerca de los ciudadanos y que su eficacia no puede medirse solo en términos económicos. No será Gallardón el que, llegado el momento, recorra parroquia a parroquia para conseguir votos. Para evitar sobresaltos en el futuro, Gómez Besteiro debería recordar que ya avisó Andreotti de que «el voto se le da a la fórmula, no al gobierno».

En Lugo, sí, la nostalgia de los sueños rotos hace recordar la primavera de claveles en la que Portugal recobró la libertad. Tal vez por eso, en la noche de los premios Milagrosistas do Ano, Jesús Vázquez, presidente de la Confederación Galega de Asociacións, recordó a los asistentes tan significativo aniversario. Poco antes, Vázquez había expresado con la firmeza del indignado su oposición a la supresión de partidos judiciales: «Non, non e non; hai que plantarse». Que es lo que dicen los viejos capitanes de aquel abril de 1974.