
El devastador huracán Trump ha decidido desmantelar el tejido productivo científico de los Estados Unidos, que hasta el momento era el mejor del mundo, porque estaba basado en el convencimiento de que era necesario invertir mucho dinero en investigación (personal, proyectos, infraestructuras) para que en algunos casos (no muchos) el conocimiento originado fuese útil para hacer una innovación que facilitase el avance de la civilización, una mejor calidad de vida y muchos recursos económicos. Pero no olvidemos que este individuo está ahí porque lo han votado la mayoría de los norteamericanos, con el aplauso de muchos millones de ciudadanos de todo el mundo.
Ante esta situación, Europa, esta entidad burocrática y funcionarial de no demostrada eficacia, está dispuesta a reincorporar al magnífico personal investigador formado y desarrollado en los Estados Unidos y que el magnate capitalista Trump no considera necesario. Quizá así Europa pueda resarcirse de la pérdida de científicos formados en la Alemania nazi, los cuales fueron captados por los norteamericanos para, entre otras muchas cosas, desarrollar la bomba atómica.
Galicia no va a ser menos: se acaba de aprobar un ambicioso plan para sacarnos de un vergonzoso ránking en inversión, desarrollo e innovación menor del 1,5 % del Producto Interior Bruto (una situación muy desfavorable en comparación con otras comunidades autónomas), con el beneplácito de los gurús científicos habituales en los medios de comunicación y de los casi siempre complacientes rectores de las tres universidades gallegas. Pero hay aspectos de difícil encaje, ya que la inversión mayor se dedica a la innovación, y esto motiva una pregunta ingenua: ¿qué es lo que se va a innovar si no se facilita la creación del conocimiento, es decir, la investigación? Una vez más, la investigación requiere mucha inversión y, a veces, solo a veces, el conocimiento llegará a ser útil para que el proceso innovador lo convierta en rentable. Innovar sin conocimiento no parece un ejercicio saludable, ni mucho menos rentable.
Otro porcentaje importante del plan gallego va destinado a la captación de investigadores que, en su momento, en su legítimo derecho por trasladarse a prados más verdes donde pudiesen investigar con más medios y posibilidades, incluido el salario, abandonaron un panorama triste, con salarios ruines, inestables y sin ninguna seguridad, con escaso y regateado dinero para proyectos y en muchas ocasiones sin lugar para colocar una silla. Por supuesto que nada que objetar, bienvenidos sean los genios que importaremos, aunque no se vislumbran muchas partidas para la dotación de espacios, infraestructuras y proyectos. Sin embargo, hay que tener poca sensibilidad para no reconocer que los que se quedaron pudieron mantener con dignidad una investigación de alta calidad, como es muy fácil comprobar simplemente pulsando una tecla del ordenador y entrando en los índices bibliométricos internacionales. Y ahora se tienen que enfrentar al trato preferente, incluyendo salarios y medios, de los que optaron por marcharse. ¿Dónde están las partidas para favorecer a los investigadores que han guardado el fuerte?, ¿por qué no se les ofrecen las mismas posibilidades?, ¿por qué no se refuerzan los mecanismos y posibilidades para retener el talento, sin tener que volver a perderlo?
Siempre nos quedará la posibilidad de más patentes de fregonas y de chupachups.