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El patrimonio mundial pide mimos

A CORUÑA

El parque escultórico de la torre de Hércules tiene pintadas en distintos lugares, vertidos al mar y esculturas ruinosas que requerirían una mejor conservación

11 feb 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

«Te miro a los ojos y no me sale la voz». La frase de la canción de Amaral es una de las decenas de pintadas que hay en uno de los tres miradores de punta Herminia. «No me quedan días de verano, el viento se los llevó...», cantaba Eva Amaral y parece que en el parque escultórico de la torre de Hércules tampoco quedan días del verano pasado, aquellas jornadas en las que la ciudad se volcaba para conseguir el reconocimiento de patrimonio de la humanidad para el faro y mimaba cada rincón de su entorno.

Es posible que el viento, como el que azotaba ayer la Caracola de Moncho Amigo, se haya llevado las buenas intenciones, mientras golpea un día tras otro esta escultura de hierro que muestra claros signos de debilidad: rocas arrojadas en el interior de su oscura boca, otras incrustadas en su parte superior, el óxido atravesando la chapa de lado a lado o convirtiéndola en débiles láminas como escamas de un pez en descomposición, por no citar las numerosas pintadas sobre el cemento que la sostiene.

Y enfrente, en la cala en la que agonizó el Mar Egeo, se puede ver un tubo que vierte directamente al mar desde una cierta altura; son aguas que no tienen buen aspecto y prueba de ello es la negritud que dejan en las rocas por las que se precipitan. Desde uno de los muretes de piedra de punta Herminia, ante el que los turistas se detienen a hacer fotos, se puede ver un par de rejillas de alcantarillado, una de ellas en bastante mal estado.

En el otro extremo del parque escultórico, concretamente en la zona de Adormideras donde se encuentra una recreación de cómo evolucionó la torre de Hércules según José Cornide, también hay otra tubería que vierte directamente al mar, si bien dada su limpieza parece que se trata de aguas pluviales.

También la escultura de Pepe Galán, bautizada con el nombre de Copa del Sol, ha sido víctima de las pintadas que en ocasiones parecen descubrir los sentimientos de los amigos del espray: «Me encanta pasear por las noches. Estar rodeada de silencio. Puedes pensar tranquilamente y lo único que te nubla la vista es la luz de la farolas», escribió, pacientemente, una usuaria de punta Herminia en el citado mirador, que también ha perdido parte de su techumbre. Alguien parece haberle hecho caso a la autora de la pintada, porque desde la zona de la Casa de las Palabras (el antiguo cementerio moro) hasta los petroglifos del monte dos Bicos es posible encontrar farolas rotas o desaparecidas de su cascarón de madera que las mimetiza con el paisaje.

Otro pequeño detalle que requeriría un cierto mimo es el de los paneles, muchos de los cuales no informan de nada, básicamente porque no tienen nada, solo el hueco para acoger algunos de los elaborados carteles informativos que en otros lugares dan cuenta desde la fauna de este amplio parque escultórico hasta las leyendas que han rodeado la torre de Hércules, como la del espejo mágico que servía para guiar a los barcos.

Esta carencia de paneles se extiende también por uno de los senderos que discurre pegado a la costa y que comparten ciclistas, paseantes y corredores de footing .