De todos los recuerdos revividos con la magnífica revista que lanzó ayer La Voz con motivo del 110.º aniversario del Deportivo uno me ha emocionado de manera especial: el gol de Vicente al Racing de Santander. Fue en el tiempo de descuento del último partido de la temporada 87-88. Supuso la salvación de un club que iba directo a 2.ª B y, probablemente, a la desaparición. Siempre lo tengo en mente para saber de dónde venimos: de un modesto equipo de segunda división, que usaba camisetas Rafrei y padecía una pésima suerte cuando intentaba ascender.
Vi el partido en aquella singular grada situada entre Tribuna y el Palacio de los Deportes. Se llamaba Especial Niños y se enfocaba al público infantil. Cuando las cosas iban mal, que entonces era muy a menudo, se mandaba un SOS a los colegios. El club permitía el acceso libre a los niños. No había nada que perder. Y aunque quedásemos lejos del glamur del Barça o el Madrid (equipos que solo se saboreaban en el Teresa Herrera), íbamos como lo que éramos: una hinchada humilde de un equipo humilde y con halo de perdedor.
Y allí estábamos un grupo de críos, que ni siquiera teníamos bufanda blanquiazul, preparados para salvar el equipo sin mucho convencimiento. En aquel cuadrado de hormigón, aislado de todo, animábamos como podíamos, sin saber ni siquiera los nombres de todos los jugadores. Eran tiempos de aquel entrañable «De-por-ti-vo». Explosionaba en cada sílaba. Y se iba acelerando en cada vuelta hasta hacerse imposible.
De nada iba a servir si no se producía una carambola con otros dos resultados. Pero se produjo. En Especial Niños nos enteramos por los aplausos del resto del campo. Interpretamos que algo bueno pasaba. Nos sacudimos de encima el pesimismo. Era posible. La última media hora resultó taquicárdica. Con el Dépor volcado en la portería del Racing, surgió Alba, un portero que lo paraba todo. Nos desesperó. Nos hizo alcanzar ese grado de enajenación que se experimenta cuando te metes tanto en el partido que lo sientes. Hasta que, en el minuto 47, apareció Vicente y marcó. Vimos a los recogepelotas con el chándal de GEF saltar. Vimos a la graba de Tribuna temblar. Vimos a Riazor rugir. Vimos al jugador dirigirse hacia la grada de General eufórico. Entonces, sí, supimos que la pelota había entrado.
Invadimos el campo. Corrimos. Abrazamos a los jugadores. Tocamos a Vicente como los devotos a los santos en las procesiones de Semana Santa. Y nos extasiamos de la felicidad de los pobres. Después vendrían hitos en Europa, la Liga o el Centenariazo. Nada como aquello. Arsenio, un sabio que sabe de la importancia de tener en cuenta los orígenes para crecer con fortaleza, lo recordaba. Ese fue el gol más importante. Desde Especial Niños le damos toda la razón.