Los residentes de A Pasaxe lamentan que aún les quedan en el poblado «muchos inviernos por delante»
09 nov 2017 . Actualizado a las 19:33 h.El poblado de A Pasaxe sigue siendo un lugar inmundo e indecente. Los niños juegan entre el barro y la basura, y hace tanto frío fuera como dentro de las casas. Pero antes era mucho peor. Han ido a limpiar, el muro que llevaba 20 años amenazando con caer sobre los residentes se ha demolido y se han derribado decenas de chabolas. Las de quienes se han ido y las que estaban abandonadas. En un año, más de una decena de familias ya se han mudado a pisos. Y cuentan los que todavía quedan, alrededor de un centenar de adultos y niños, que «hay menos ratas. Todavía se ven, pero menos».
¿Cómo será la vida de quien celebra que en su casa entran menos roedores? Pues «vamos tirando», dice Antonio Celestino. Vive de prestado, en una chabola de un pariente que se la cedió cuando a él lo echaron de la suya de toda la vida. Su familia era una de las cinco que residían pegadas al muro de la vieja nave que amenazaba con venirse abajo. Le habían prometido ayudas para una casa, incluso le encontraron una en A Laracha. Pero Antonio Celestino la rechazó. Le dijo alto y claro al equipo de Servicios Sociales que «tan lejos, y a su edad», no se va. Tiene miedo a que le pase algo y no haya nadie a su lado. Quiere irse, pero a algún lugar cercano para «poder ver a mis hijas y nietos todos los días». Su esposa tiene miedo a que por la terquedad de Antonio le vayan a quitar la risga. «Me dijeron los del Ayuntamiento que me iban a dejar sin ella si no nos íbamos, que seríamos los últimos en abandonar el poblado», afirma. Cree, como muchos de los que ahí residen, que «pasarán muchos inviernos más» en el asentamiento. Un lugar en el que, según confiesan, «no hay mantas en el mundo para quitarnos el frío que viene de la ría».
Joaquín, por su parte, está a la espera de la llamada de los Servicios Sociales para irse de A Pasaxe con su familia. Su chabola es una de las mejor cuidadas y construidas del asentamiento. «Poco a poco fui poniendo el baño, el agua caliente, habitaciones para mis hijas... Tengo hasta bidé», cuenta.
Vive de la chatarra y explica que el Ayuntamiento le propuso que se fuera a una vivienda y que solo tendría que pagar un 20 % del alquiler y los gastos. De eso no se queja. Por lo que sí protesta es por el piso, pues necesita «una casa con un terrenito en el que guardar la chatarra». Hasta estaría dispuesto a pagar más. De irse a un apartamento en medio de la ciudad, tendría que hacer como hicieron algunos de los que ya se mudaron a un piso, mantener en el poblado un espacio para almacenar y trabajar la chatarra, «y así nunca podremos abandonar esto».
«Tenemos muchas carencias»
Al igual que en As Rañas, en O Portiño todos quieren vivir. «En mejores condiciones, pero sin salir de aquí, que es nuestro barrio». Lo dice Carlos Gómez, el presidente de la asociación de vecinos, que a sus 44 años dice que llegó al barrio con 4. Cuando en el local social había hasta un teleclub y una escuela. Ahora ese edificio será remodelado con 400.000 euros. Gómez se muestra encantado: «Por aquí han pasado muchos gobiernos pero estos de ahora han sido los primeros en preocuparse y hacer algo». Aunque «faltan muchas cosas por hacer».
«Necesitamos más servicios»
Mientras todo el esfuerzo del plan de Hábitat Digno impulsado por el Ayuntamiento se centra en A Pasaxe, en As Rañas se están construyendo dos nuevas infraviviendas. Son 23 familias de etnia gitana las que viven en este asentamiento, que existe desde hace más de veinte años. A diferencia de A Pasaxe, el poblado se levanta sobre terreno particular, propiedad de las familias que han construido allí sus viviendas, aunque de forma ilegal, dado que no es terreno urbanizable. Están hechas de ladrillo, y muchas tienen dos plantas, gracias a dos planes de autovivienda promovidos en su día por sendas corporaciones socialistas. Las ayudas ya no llegan y hora son los residentes quienes se ocupan de arreglar o construir casas. En As Rañas, ni se quieren ir, ni nadie los quiere echar. «Solo pedimos mejores servicios», dice Antonio, uno de los mayores con voz en este barrio.