Aquí no perdemos jamás el tiempo

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

19 ene 2018 . Actualizado a las 13:05 h.

¿Se acuerdan cuando hace unos meses solo hablábamos de la sequía? Cuando nos echábamos las manos a la cabeza y contábamos uno a uno los días en los que no caía ni una gota. Mirábamos para los pantanos y no dábamos crédito solo de imaginarnos tomando medidas de restricción ¡de agua! A nosotros, los gallegos, que «botamos auga por fóra». Nosotros que somos hijos de la lluvia, que somos capaces de distinguir -«cando chove miudiño»- «o orballo da babuña, ou a chuvisca da poalla ou o zarzallo da morriña». Nosotros, los coruñeses, que vemos venir de lejos el agua por el monte de San Pedro, que advertimos con sabiduría que «cando xea sobre mollado, chove decontado», que no perdemos de vista el cielo nunca. Porque hemos aprendido desde niños a girarnos en una esquina con rapidez para que no nos lleve el viento de repente, porque nos han enseñado a no abrir el paraguas cuando arrecia la lluvia fuerte con el vendaval o a usarlo a nuestra manera tan coruñesa, un pelín abierto, bien agarrado por la parte superior para esconder bien la cabeza, así agachaditos, y manejarlo como un arma segura cuando llueve de lado.

Pero aquí estamos, solo unos cuantos días después de aquella sequía, hablando de Ana, de Bruno o de Evi, de las borrascas con denominación propia, de los nietos de aquel Hortensia de los años ochenta que nos transformó por completo. ¿Se acuerdan? Fue la primera vez entonces que un temporal tenía nombre de persona y se anunciaba con alerta: nos quedamos sin cole, nos encerramos en casa a mirar por la ventana, esperando con tensión a que se cumpliera la predicción meteorológica. Y vaya si llegó. Llegó para fijarse en el recuerdo como ningún otro. Hortensia se quedó en la mente de los coruñeses como la verdadera ciclogénesis, el gran ciclón, por muchos años que hayan pasado desde aquel 4 de octubre de 1984.

Sin embargo, nosotros seguimos asombrándonos de la misma manera cada vez que la fuerza de la naturaleza nos bate con furia, como estas olas inmensas que ayer golpeaban Coruña como si fuese un barco a la deriva, con ese mar capaz de hundirnos bajo sus enormes olas, «ondas que son vagallóns». El agua que nos sigue rodeando, que nos angustia cuando falta o cuando nos desborda, que nos cala los huesos y nos da tanto que hablar. Qué difícil es imaginarse en un lugar en el que todos los días amanecieran siempre igual, en el que el cielo no variase como aquí -ya saben ese dicho de «si no le gusta el tiempo de Coruña vuelva dentro de media hora»-, en un lugar en el que no bajase de repente la niebla, donde no se confiase en que «va a abrir» o en donde el mar no se agigantase. En Coruña nos puede la sorpresa. Qué aburrido sería imaginarse en una ciudad en la que se pierde el tiempo.