Trabajo Social del Chuac prestó apoyo frente a la fragilidad a más de 300 personas durante la pandemia resolviendo carencias esenciales para enfermos y familias
18 jul 2020 . Actualizado a las 10:22 h.Unos padres ancianos y tan angustiados que apuraron al límite su ingreso en el hospital por no dejar, sola y en casa, a su hija discapacitada. Un marido con su mujer en un hospital, su suegro en otro, y él en casa con una persona dependiente. Otro octogenario tambaleado por su esposa en la uci y la familia aislada a su lado... El relato de Luz Campello, jefa del servicio de Trabajo Social del Chuac, acerca solo algunos ejemplos de la realidad cercana vivida a la sombra de la pandemia. Dramas intransferibles aderezados, a menudo, con el sentimiento de culpa por la duda de si ellos mismos habrían llevado el virus a sus hogares.
«Sí, estamos un poco cansadas de todo lo que ha pasado», reconoce la responsable de un servicio pequeño, pero que da un gran soporte ante la enfermedad. Habla de las trabajadoras sociales de la sanidad, que durante la crisis pusieron referentes en el hospital y en los centros de salud, y son 54, para que hubiese siempre alguien al otro lado del teléfono a quien pedir salidas a todo lo que se vino encima. Ellas se ocuparon de resolver las necesidades básicas, incluidas las del alma, que apuraban a pacientes y familias.
Con el covid, «había que garantizar las condiciones de seguridad», explica. Y eso suponía desde saber si tenían una habitación para aislarse hasta asegurarse de que alguien les hacía llegar comida. Hay personas que viven sin nadie. «Al principio intentamos llamar a todos, pero cuando vimos que no éramos capaces, los médicos nos pasaban a los más vulnerables», explica Campelo.
«Muy pronto nos surgieron necesidades derivadas del confinamiento», cuenta de la gente mayor, sola, con poco o ningún apoyo, que no podía salir, sin nadie que le hiciese la compra o le echase una mano para asearse. Sin entorno familiar, se tiró de los ayuntamientos, se facilitó ayuda a domicilio y se contó con el regalo de «cientos de voluntarios». Arreglar asuntos como la medicación o simplemente servir de apoyo ante el miedo formó parte de esas largas jornadas. «Lo que no podíamos resolver buscábamos quien lo solucionase», recalca. Habla también de las fallas que se abrieron, como la brecha digital y las dificultades, sobre todo con la edad, para una comunicación que la pandemia también confinó al móvil.
Pasaron de trabajar con cita a buscar ellas mismas a quién atender: «Pedimos listados de las personas que vivían solas», dice. Al principio, se centraron en los aislados por el covid, «pero nos dimos cuenta de que eran los más atendidos porque ya los llamaban médicos y enfermeras, que detectaban sus posibles necesidades», de modo que enseguida acogieron también a los vulnerables que no tenían el virus, hogares en soledad, o conviviendo con la demencia, la dependencia y la quiebra de la salud mental.
La importancia de comunicarse con los aislados para despedirse
En Trabajo Social son especialistas en tejer redes para la supervivencia. Durante el covid, echaron mano también de los psicólogos «para que ellos detectasen riesgo social y nosotros pudiésemos ayudarles a ellos a detectar el riesgo psicológico, por ejemplo ante un miedo exagerando». Le satisface a Luz Campello que «así fuimos capaces de llegar a más población» y de percibir una de las necesidades inmateriales que puso al descubierto la infección del confinamiento: comunicarse. Sobre todo con aquellos que, graves en el hospital, no tendrían más oportunidades de hacerlo.
«Hubo que buscar fórmulas, con los jóvenes no había problema, pero los mayores…». Recurrieron a las enfermeras para hacer videollamadas cuando fue posible, o las grabaciones de audio, tuvieron que conseguir tabletas, buscar quien, en algunos casos, lograse bajar el programa necesario. «Mucha gente era muy mayor y le decíamos, ‘¿no tendrá un nieto que le pueda ayudar? A veces era una niña de 9 años la que lo hacía posible», cuenta la responsable del equipo. «Fue muy enriquecedor ver la importancia de las nuevas generaciones para esa forma de contacto, aún cuando el paciente en algún caso no podía hablar… Y fue muy importante para las familias, sobre todo cuando la situación iba mal. Las llamadas de despedida fueron esenciales para prevenir duelos complicados, para dignificar el final de la vida».
Así, conjugando conocimientos profesionales y habilidades personales, 19 trabajadoras sociales en el hospital, 38 en atención primaria, y todo el apoyo de los administrativos y del resto de los trabajadores por la salud, flexibilizaron sus vidas para ofrecer una atención continuada. Ya lo sabían, pero el covid no vino más que a confirmar que, como advierten, «la necesidad no tiene horario, surge en cualquier momento de cualquier día».
«Los pequeños problemas, a veces, son las grandes necesidades, y no cubrirlas es abandono»
«No hubo muchas intervenciones en las que fuese necesario sacarlos del domicilio, pero sí se dieron casos», reconoce Campello. Lo más habitual, no obstante, fue resolver cosas tan cotidianas que solo cuando faltan se sabe de su importancia. Sus días de pandemia retratan la fragilidad que vive puertas para adentro: enfermos desasistidos cuando su cuidador dio positivo, dependientes que se quedaron solos o gente sin capacidad para entender que no podían salir de casa y a los que hubo que disuadir con vigilancia policial. «Para mantenerlos en sus casas hay que buscar recursos y hacerlo ya», explica sobre la urgencia real de circunstancias más frecuentes de lo que se pueda pensar. Solo del hospital atendieron más de 300 casos.
«Nuestro fuerte fue la rapidez, no vemos grandes volúmenes de población, pero sí situaciones importantes, tener cobertura médica es fácil, pero el aseo o la comida… Los pequeños problemas a veces son las grandes necesidades y no cubrirlas es abandono», resume. De ahí que «eliminamos la burocracia para responder rápido sin más valoración que la sentida por las familias», explica.
«Sabemos la importancia de al apoyo social y humano frente a la angustia», subraya. Por eso pusieron el acento también en calmar, vía teléfono, mientras los cercanos no tenían información sobre sus enfermos. «Cuando notábamos que la familia estaba muy preocupada, lo poníamos en la historia clínica para que el médico, al verlo, los llamase».
Y así, sin pausa y con toda la celeridad de la que eran capaces, fueron resolviendo, recurriendo a primero a la familia en sentido extenso. «Lo dieron todo y más, incluso las que estaban más lejos». Igual que muchos anónimos vecinos y trabajadores de lo social. «Todos fuimos necesarios», concluye.