El metre del Finisterre se jubila con la discreción que debe guardar el buen profesional y un ojo certero para distinguirlos. «Solo con ver a un camarero sé si vale o no, casi nunca me equivoco», dice
20 mar 2022 . Actualizado a las 13:21 h.El viernes fue su último día de trabajo en el Finisterre. «Hay cantidad de secretos que un metre de hotel no puede contar. Me jubilo y me llevo conmigo todas esas cosas que vi. No tiene sentido hablar de tal o cual familia o de lo que hizo una persona determinada una noche», analiza José María Cao Rúa, en los últimos años metre principal del emblemático establecimiento de cinco estrellas. Atendió cientos de bodas y cantidad de celebraciones. «Cuanta más gente hay en un evento más me gusta. Aunque ahora las bodas, por ejemplo, no son como antes. Ya no las hay de 500 personas, ahora son de 150 invitados como mucho. Y es imposible repetir cenas como las que organizaban las empresas farmacéuticas. Recuerdo una en la que tuvimos que instalar una carpa pegada al salón principal. Aquel día serví una mariscada para 1.200 personas. Había percebes, centolla, cigalas...», rememora este camarero de los de antes, de los que sienten una satisfacción especial cuando un cliente se acerca y le dice «José María, todo perfecto».
Fraga y el rey emérito
Aunque me pide que muchas anécdotas no las publique, otras me las cuenta sin reparos. «En el cóctel de inauguración de la Fundación Barrié llevaba una bandeja para ofrecerle unos aperitivos al ahora emérito. Al pasar al lado de Manuel Fraga intentó coger uno, pero le dije que eran para el rey y lo entendió», recuerda José María, que asegura que nunca se le cayó una bandeja. Dice que la instrucción que les daban era muy curiosa: «Tenías encima de la mesa un corcho y un cuenco con garbanzos y tenías que practicar una y otra vez para conseguir cogerlos con el tenedor y la cuchara en la misma mano. Era muy útil después para servir el entrecot y la guarnición por las mesas. Ahora todo es distinto porque lo sirven emplatado, antes se hacían muchas más cosas delante del cliente», analiza. Lleva tan dentro el oficio, que en la boda de su hijo le llamaron la atención porque estaba todo el rato pendiente de los camareros a pesar de que ese día era invitado. «Casi no como. Es deformación profesional. Eso sí, solo con ver a un camarero sé si vale o no. Casi nunca me equivoco», confiesa este veterano, que se atreve a dar un consejo a los que empiezan. «Saber estar y ser discreto. No pasarse de listo y no meterse en las conversaciones. Y si te piden alguna opinión sobre algún tema, no mojarse demasiado». Palabra de metre.
Lugares sin ruido
Está a punto de cumplir los 65. Hace medio siglo que llegó a nuestra ciudad procedente de Añá, una parroquia de Frades. Su primer trabajo fue de aprendiz de camarero en el mismo hotel en el que se jubila, aunque no estuvo toda su vida laboral en el Finisterre. Me cuenta que en 1982 hubo una regulación de empleo y tuvo que buscarse la vida. «Trabajé seis meses en el Cava Real, que estaba en la plaza de María Pita y era restaurante y bodegón. Después, en el Jockeys, al lado de la jamonería La Marina, y más tarde, en la cafetería Kir’s, donde estuve cuatro años. Vinieron a buscarme para trabajar en Trasmediterránea y, finalmente, acepté la oferta de El Corte Inglés. No me gustaba estar todo el día sin ver la luz del día y en 1988 volví al Finisterre», relata. Durante todo este tiempo vio pasar a cantidad de personalidades, de artistas de todo tipo, y vio casar a centenares de parejas. «Aquí se grababan programas de televisión. Recuerdo a Massiel o a Nicola di Bari. Vi cosas... Pero hay cantidad de secretos que nunca voy a contar», insiste. Ahora quiere disfrutar de lugares tranquilos. «A sitios con ruido o mucha gente no voy. Estoy cansado de comidas, casi prefiero un bocadillo de jamón. Iré a playas solitarias y haré algo de ejercicio. Hace años nadaba 3.000 metros diarios en la piscina de la Solana», comenta en el restaurante del hotel, donde compartimos un café. Dice que de vez en cuando regresará para saludar a los antiguos compañeros, pero nada de eventos. «Me encanta ver a los chavales cuando vienen todos guapos a una fiesta, pero a última hora algunos me dan pena por el estado al que llegan», confiesa el metre de siempre.