Gloria García Lorca: «Federico le pertenece al mundo y a su familia, a los dos»

m. CARNEIRO A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

Gloria García Lorca, ayer en la Galería Vilaseco de A Coruña donde expone hasta el 18 de noviembre una muestra de cerámica (al fondo, en la imagen) y pinturas creadas en Corrubedo desde el principio de la pandemia
Gloria García Lorca, ayer en la Galería Vilaseco de A Coruña donde expone hasta el 18 de noviembre una muestra de cerámica (al fondo, en la imagen) y pinturas creadas en Corrubedo desde el principio de la pandemia ANGEL MANSO

La artista neoyorquina y sobrina del poeta trae a la galería Vilaseco una muestra de pintura y cerámica creada en Corrubedo, donde pasa buena parte del año

16 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

«Yo llegué a Corrubedo en 1968 con mi futuro marido, de familia gallega, hijo de Cuca Pita, la de las sardinas», responde Gloria García Lorca (Nueva York, 1945) a la pregunta de qué hace una neoyorquina de familia madrileña y granaína en una aldea de 700 vecinos, hoy frecuentada por inquietos extranjeros. «Ahora es como el bum. Cuando nosotros llegamos no había carretera, era de tierra, pero sigue siendo igual, la ensenada, el faro y el pueblo al otro lado, es lo que es, cuando la gente de la playa se va...», sugiere la sobrina del poeta, que no oculta su poca estima por el turismo rampante.

En la playa de A Ladeira que descubrieron aquella mañana al bajar la cremallera de la tienda en la que habían acampado la noche anterior, cegados por la niebla, hizo una casa su marido, Estanislao Pérez Pita, dos veces premio nacional de arquitectura fallecido en 1999, y allí pasó veranos y semanas santas hasta que la pandemia del covid la alejó de Madrid y, salvo los meses duros de invierno, Corrubedo se transformó en su sitio definitivo. «Si sigues en línea recta llegas a Nueva York. Siempre lo pienso. Me encanta esa idea -dice- de que Nueva York esté al otro lado».

De esta ribera del Atlántico y de los dos últimos años salieron las pinturas sobre tela y «papel del malo» y la pieza de cerámica que componen la exposición Ardora inaugurada ayer en la Galería Vilaseco de A Coruña. Un estudio sobre la omnipresencia de la luz y su propiedad de expandirse por las rendijas —«en Corrubedo hay tanta luz que casi tienes que protegerte de ella», explica García Lorca—, con el que la autora regresa a la pintura después de muchos años años dedicados a la escultura, la cerámica o la traducción de libros de su tío Federico, fuente —su asesinato, y el de su cuñado, Manuel Montesinos— del exilio de la familia en Estados Unidos.

«Esa pérdida a mi padre le cambió la vida y eso fue lo que marcó las nuestras. Los hijos de exiliados heredamos el exilio. Llevas esa realidad y no te puedes separar de ella», revela. Y habla de la imposibilidad de que sus abuelos paternos, los padres del poeta, quedasen en España, «aunque no les habría pasado nada, lo gordo ya les había pasado», y lo mismo para sus abuelos maternos, una profesora de la Institución Libre de Enseñanza y el que era embajador de la República en Washington al final de la Guerra. «Ellos no querían volver a España, a aquella España», precisa.

La hija mayor de Francisco García Lorca y Laura de los Ríos Giner, profesores en la Universidad de Columbia, recuerda la casa del oeste de Manhattan con vistas al Hudson donde vivió desde que vio la luz hasta los 21 años, cuando la familia decide regresar. «Era una casa sencilla, española al 100 %, la comida era española, mi abuela siempre iba de negro. A nosotras nos educaron con España tan presente que en casa no podíamos hablar en inglés más que entre nosotras. Si les hablábamos a mis padres, pronto nos decían: "Niña, en español". Era una casa por donde pasaban todos los exiliados habidos y por haber, abierta, acogedora, interesante, especial. Nuestra familia era muy fuera de lo normal, tanto por un lado como por otro», apunta.

Por allí pasaba el ferrolano Ernesto Guerra da Cal, «el que ayudó a Federico a escribir los Seis poemas gallegos, también exiliado, íntimo amigo nuestro, y su mujer, Margarita Ucelay, que trabajaba con mi madre en el departamento de Español de la universidad. Nuestra casa era un lugar de mucho encuentro y mucha cultura y mucha alegría, mucho pesar pero mucha alegría, el piano y la guitarra por medio siempre, fiestas muy divertidas. Había tradición de cantar, mi madre cantaba mucho y nosotras [las tres hermanas] seguimos cantando», cuenta la pintora, que da detalles. «Cantamos y tenemos un gran repertorio, música folclórica de Estados Unidos, España, Francia, Inglaterra. Cuando estamos juntas, acabamos cantando».

Y siempre, la presencia del poeta. «No se hablaba de lo que habia ocurrido. Era tan doloroso que con esa intuición de los niños nosotras sabíamos que a mi padre no le podíamos hablar de mi tío. Era demasiado doloroso. Sabíamos que había ahí un territorio al que no podíamos entrar más que de manera tangencial», recuerda sesenta años después. 

Gloria García Lorca afirma que la exhumación de los restos de Federico del agujero donde lo arrojaron después de fusilarlo el 18 de agosto de 1936 «sería un disparate absoluto. Querer cambiar las cosas. Y fue lo que fue, ocurrió lo que ocurrió, y eso no se puede cambiar. Espero que se quede donde murió, porque él es el símbolo de lo que ocurrió para muchas personas. Fue asesinado y lo echaron a un agujero no se sabe dónde. Y esa muerte habla por todos los demás, porque no fue el único. Federico fue uno más y a la vez no fue uno más. Federico le pertenece al mundo y a su familia, a los dos. Nuestra familia adopta esta postura no porque no creamos, ni respetemos, ni estemos a favor de que cada familia busque a los suyos... Nada que ver con eso. Estamos muy acostumbrados a que nos pongan de vuelta y media, y a oir decir qué cómo toleramos que Lorca esté en una fosa, que qué vergüenza. Pero es que está, es que fue así, ese es el horror».