Antes de hostelera, limpió casas y puso copas en el Orzán para sacar adelante a sus cuatro hijos
11 feb 2024 . Actualizado a las 21:18 h.Es una mujer que no te deja indiferente. Con la misma sencillez cuenta que lloró cuando murió Freddie Mercury, que le va a hacer un cocido a un vecino y cliente que no tiene sitio en su cocina, o que empezó limpiando casas y poniendo copas en el Orzán para sacar adelante a sus cuatro hijos. María José Martínez Trigo dice que es normal y sonríe a la gente. «No sé decir que no, pero también hay gente que me odia», asegura Pepa, como la llama todo el mundo. Hace diez años abrió el local Pepa a Loba en la choqueira calle San José y con el tiempo consiguió convertirlo en un sitio de referencia. «Viene gente de todos los sitios», comenta. Ahora, a sus 63 años, resulta que hay personas que la saludan por la calle y le dicen: «Hasta luego, Loba». «Siempre le llamé por mi nombre a los bares que tuve, pero este lo monté con dos de mis hijos, que en su día estaban en paro. Ahora solo sigue el pequeño, Jacobo. Como estaba leyendo la historia de esta bandolera se nos ocurrió llamarlo así y creo que fue un acierto. La loba llegó antes a Monte Alto que la zorra a Eurovisión», resume sonriente. Charlamos en el Jazz Café de la plaza de España. Tomamos un café con leche en uno de los establecimientos con mejor tortilla de patata de la ciudad.
La comida de los curas
Pepa sonríe a la vida. Pero la vida no siempre le devolvió la sonrisa. Es de San Xulián de Mos, en la comarca de A Terra Chá. Se casó en Lugo y a principios de los ochenta tuvo cuatro hijos seguidos que ahora tienen 43, 42, 41 y 39 años. «Mi hermana trabajaba en el asilo que entonces estaba en Adelaida Muro y me animó a venirme para aquí», recuerda Pepa, separada hace mucho tiempo. No lo tuvo fácil. Criar cuatro hijos y trabajar limpiando casas por el día y poniendo copas por la noche no es lo ideal. «Tuve la suerte de entrar de cocinera para los salesianos, no para los alumnos sino para los curas, para los hermanos, como decían. Mis cuatro hijos estudiaron allí. Me decían que no echase sal en las comidas porque había comensales mayores y a veces me olvidaba. Soy creyente y tengo que decir que conmigo se portaron muy bien. Comían muy sencillo, nada de eso que se dice de “como curas”. Merluza congelada y pollo, nada de grandes pescados y mariscos», asegura. Más de 30 años después, Pepa triunfa con las almejas, los callos y otras especialidades en su local. «La gente es lo mejor. Tenemos una clientela fiel y maravillosa», sentencia.
Los bares de Pepa
Antes de Pepa a Loba hubo otros bares de Pepa por la ciudad. En todos triunfó gracias a su simpatía y generosidad. El primero fue en un primer piso del concesionario Automóviles Sánchez que hubo en la calle Gutenberg. «Me iba muy bien y se convirtió en punto de encuentro de los trabajadores del polígono». Después trabajó en la cafetería del hostal Acuña de la calle Noia. Un cliente le ofreció más dinero para llevar la cafetería-videoclub Mitos de la avenida de Oza. «Solo se alquilaban películas porno. Aprendí que lo que nunca se debe hacer es cambiar un trabajo en el que estás bien solo por dinero», analiza. En A Falperra tuvo el Café de Pepa y, más adelante, en la calle Antonio Viñes, cerca de los juzgados. «Invitaba a churros y tortilla y pronto tuve de clientes a jueces y fiscales», relata. Le apetecía cambiar de aires y de zona y cuando tenía tiempo libre buscaba locales por Monte Alto hasta que quedó libre el que regentó durante algún tiempo David Abuín. «Esto es más negocio, pero también da más problemas. Me lo pasaba mejor antes en otros bares», se sincera. Dice que «como cocino yo, cocina cualquiera. Hoy comí un sándwich vegetal, porque de tanto cocinar... Me gusta el churrasco de la parrillada Buenos Aires y tomo pulpo en Antonio (por A Pulpeira de Melide)». Así es Pepa. «Soy feliz, vengo cantando a trabajar», afirma esta mujer a la que le gustan Van Morrison y Queen.