No puede durar seis meses. Alguien debería tocar la campanita de salida y ponerle fin
09 ene 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Si no recuerdo mal, en el mes de octubre ya en los supermercados coruñeses estaban expuestas las tabletas de turrón. Aún no habíamos celebrado Halloween ni Samaín y los comercios nos anticipaban la alegría de la Navidad con algunos avances para ir picando las primeras compras. En noviembre, en los centros comerciales sonaban los villancicos, y para cuando llegó diciembre, en la mayoría de las casas ya estaba puesto el árbol y esas lucecitas preciosas que iluminan muchas ventanas coruñesas. Y digo maravillosas, porque, gracias a ellas, muchas calles de los barrios de nuestra ciudad han visto un poquito de felicidad, en esta bruma oscura que, en general, vive Coruña (y ya no digamos cuando no hay fiestas). Pero, claro, en el comienzo de enero hay una incertidumbre que a algunos les causa desasosiego sobre cuándo realmente acaba la Navidad. Los más ansiosos, justo cuando los Reyes acabaron de dejar los regalos en el árbol y el roscón estaba en la mesa, aprovecharon para ir a coger las cajas al trastero y empezaron a guardar las bolas con un afán exterminador navideño. Otros, justo la noche del 6, en el regreso al hogar cogieron el aspirador con el objetivo de que la rutina amaneciese el día 7 y no quedase ni rastro de papeles por el suelo ni de los tiques regalo. Pero hay también una buena mayoría abonada al estatismo navideño en una especie de imagen fija que desconcierta. Llegar de noche a casa y seguir viendo el parpadeo de las luces de las ventanas a día 10 o a 15 de enero rompe el espíritu. Porque hay quienes siguen con el árbol puesto en el mes de febrero, y hasta algunos presumen de llegar a marzo con las mismas bolas colgadas desde noviembre. La Navidad no puede durar seis meses. Alguien debería tocar la campanita de salida y ponerle fin.