¡Por fin una voz! en la OSG

Hugo Álvarez Domínguez

A CORUÑA

Roberto González Monjas dirigiendo a la OSG en un concierto en octubre.
Roberto González Monjas dirigiendo a la OSG en un concierto en octubre. EDUARDO PEREZ

La soprano Nikola Hillebrand lideró un programa variopinto, de Mozart a Mahler pasando por Richard Strauss

01 feb 2025 . Actualizado a las 15:30 h.

Por fin la voz protagonizó una cita de abono de la Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG). La soprano Nikola Hillebrand lideró un programa variopinto (de Mozart a Mahler pasando por Richard Strauss: nombres capitales en la historia de la música, sin un nexo más claro) que dirigió Roberto González-Monjas.

Iniciaron la velada dos arias de Aspasia en Mitridate (ópera representada en el 2009 en el añorado del Festival Mozart). El rol pide una dramática de agilidad. Hillebrand, más ligera que lírica, impuso musicalidad, timbre homogéneo y proyección suficiente, apoyando bien el grave.

Valiente pero corta de fantasía en Al Destin che la minaccia; mejor en Nel grave tormento, destacando el canto staccato y la cadenza final. La OSG (faltó flexibilidad) mejoró en el interludio número tres de Thamos, con David Villa inspirado al oboe y una batuta que hizo sonar a la orquesta en estilo. En cuatro lieder de Strauss, la solista mostró gusto y belleza tímbrica: aunque se agradecería una voz algo más lírica, el maestro supo no cubrirla. Con hermosos sonidos flotados en Wiegenlied, ¡se amalgamó bien con el violín de Spadano en Morgen!

Después, una cuarta de Mahler eficaz y ordenada, casi camerística, subrayando cada plano. Algunos solos destacados: Marta Montes en la trompa, Juan Ferrer al clarinete; o de nuevo David Villa al oboe y Massimo Spadano al violín; ejemplos de gran trabajo de equipo.

Gustó el final del primer movimiento (maderas en su sitio) y al segundo, bien expuesto, le faltó arrojo. Ruhevoll empezó ágil (demasiado), pero el rallentando potenció momentos climáticos de la cuerda mientras la orquesta se fue sumando de modo muy meditado: el titular no se deja arrastrar ni en las explosiones más líricas.

Deliciosa Nikola Hillebrand por pureza tímbrica y fraseo: etérea versión de Der Himmel hangs voll Geigen en contraste con la lectura orquestal, punzante pero no excesiva, de González-Monjas. Un Mahler íntimo al servicio de la orquesta, que funcionó bien frente a lecturas más apasionadas.

Puede conectarse más o menos con las ideas del titular, pero hay discurso y sabe manejar a la OSG.