
Con este empeño que tenemos ahora por hacer cosas los fines de semana, a veces no hay mejor cosa que simplemente avanzar por la calle más allá de tu ruta habitual
28 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Con este empeño que tenemos ahora por hacer cosas los fines de semana, como si cada sábado y domingo merecieran una escapada, tres actividades, dos cenas y cuatro capítulos de la serie que sea, a veces no hay mejor cosa que simplemente avanzar por la calle más allá de tu ruta habitual. Y esto te lleva, por ejemplo, a Marqués de Pontejos, que en el día a día te queda fuera de cualquier distancia razonable, pero un sábado sin reloj te permite conocer Restory Books, en la que encuentras patrones ochenteros de Vogue que te hacen soñar con coserte un vestido que podría llevar una bébeda Sue Ellen.
Y como no tienes prisa ni planes ni menús organizados, puedes pasar media hora en Casa Cuenca decidiendo si el domingo se comen canelones, si la salsa artesana italiana valdrá la pena, si probar ese té o aquel vino. O descubres que en la Austrohúngara no solo venden sombreros, sino que hoy hay una clase de acuarela. No deja de sorprenderme esta ciudad que se echa a las calles siempre que puede, y en la que aún hay espacio para negocios que no son fotocopias sin alma.
Hace sol y la gente espera por un pincho de tortilla, se toma una caña en uno de los bares que rodean el mercado de San Agustín, sentados en un banco, o compran flores con la despreocupación de quien no tiene prisa porque es sábado y parece verano y no importa hacer cola para comprar los tomates en el mercado, que como no es el tuyo te hace sentir como una turista, lo que tiene su punto pero el riesgo añadido de que eres capaz de gastar de más en un queso, unas galletas o una salsita marinera que no estaba en la lista de la compra.
Tal vez es solo el sol, o la falta de prisas propias y ajenas. Pero todo parece más amable hoy.