
Algunos visitantes optan por dejarse llevar por los encantos de la gastronomía local, pero otros buscan lo ya conocido
21 jul 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Todos los veranos, miles de turistas desembarcan en A Coruña desde los imponentes cruceros que adornar el puerto. Un factor que aúpa al sector servicios y crea empleos —aunque muchos de ellos precarios y estacionales—. Pero, más allá de lo macroeconómico, de los fríos datos y los indicadores, ¿cómo es el visitante medio? ¿Qué come? ¿Qué compra? ¿Se atreve a probar las grandes joyas imprescindibles de la gastronomía local?
La respuesta rápida, y también más evidente, es que hay todo en la villa del Señor. Que hay tantas apetencias como personas caminan sobre la tierra. Esto es cierto también para las multitudes que deambulan por el callejero coruñés provenientes de otros rincones del mundo. Sí se distinguen, no obstante, ciertos patrones dependiendo del lugar de origen.
«Sí vienen muchos clientes extranjeros. De muchas nacionalidades. Últimamente hay muchos italianos , pero también ingleses, portugueses y japoneses. Lo que más piden es sin duda el producto local. Vienen con ganas de conocer la cultura gastronómica de aquí. Lo más típico, claro, el pulpo», explica Rubén Rey, de la céntrica Taberna Cunqueiro, que añade que, a pesar de las similitudes, no son exactamente iguales todos los tipos de cliente. «Los hábitos de consumo varían según el perfil de extranjero. Los italianos y portugueses se parecen mucho a nosotros. Pero los turistas asiáticos suelen inclinarse más por pedir mucha comida, por pedir de todo. Les da bastante igual que al final sobre».
En el restaurante Na Brasa viven un escenario muy similar. «Las nacionalidades del cliente son muy variadas. Portugueses, franceses, ingleses... de todo», comenta uno de los trabajadores. «Muchos saben a dónde vienen y quieren probar las cosas de aquí. Muchísimo pulpo, pero también navajas, berberechos y cualquier tipo de marisco. Y por supuesto carne, que les gusta mucho».
También hay, no obstante, rincones para los más conservadores. Los que priman lo conocido. En el Breen's Tavern, en pleno María Pita (y muy cerca, por lo tanto, del punto de atraque de los cruceros) numerosos son los turistas que tiran a tablero. «Diría que nos piden mucho más de beber que de comer, y que, cuando piden, van a lo conocido, a las cosas que ya tienen en su país. Tiran mucho de nachos, de Fish & chips y de este tipo de fritos. También influye que nosotros no tenemos, por ejemplo , marisco o pulpo en la carta, así que igual por eso piden más las cosas que conocen», perfila Román Canosa, uno de los camareros del establecimiento. Y es que no todos los estómagos son igual de curiosos.
«Los cruceristas vienen mucho por el mercado para verlo, pero nunca compran»
Es una estampa muy habitual en la lonja de la plaza de Lugo la de los turistas curiosos, con la boca abierta y cargando mochila de dominguero, observando a los placeros despachar peces y moluscos con destreza artesanal. Pero es todo puro empape folklórico. Porque los que están de paso, advierten los trabajadores de los puestos. Nunca o casi nunca se dejan allí los euros.
«Alguna vez algún turista se llevan algo. Le llama la atención un bogavante y se lo lleva. O unas cigalas. Pero es poco habitual. Y los que casi nunca compran son los que vienen de los cruceros. Nosotros ya los reconocemos perfectamente. Vienen al mercado porque les gusta verlo y les llama la atención, pero muy rara vez sacan la cartera», narra el placero Diego Codesido.
«Venir vienen, pero no compran. No recuerdo que nunca me pidieran algo envasado al vacío para llevárselo a su país ni nada por el estilo. Diría que no es solo que no consuman, sino que incluso nos entorpecen el flujo de clientes que sí lo hacen, porque se bajan de los cruceros y vienen aquí en grupos grandes simplemente para ver el mercado porque les llama la atención, pero sin comprar nunca nada», se lamenta Diego Codesido, otro de los profesionales del lugar.
No obstante, difícilmente se puede culpar a quien viene de fuera de quedarse obnubilado en presencia de un majestuoso centollo o de los brillantes colores del bogavante.