La obra de Bizet, bajo la dirección artística de Calixto Bieito, volverá al escenario coruñés este domingo
09 sep 2025 . Actualizado a las 23:21 h.El legendario montaje de Carmen de Bizet que Calixto Bieito estrenó en 1999 (y desde entonces gira por el mundo) abrió la 73. ª Temporada Lírica de Amigos de la Ópera. 26 años después de su estreno, no se puede hablar de algo novedoso, rompedor o escandaloso, sino de un clásico contemporáneo.
Bieito ubica la acción en la España fronteriza de finales de los 70 o principios de los 80 del pasado siglo, con escenografía minimalista (de Alfons Flores) y en un ambiente árido y visceral; presidido por el lumpen, donde el calor, la pobreza y la falta de estímulos extreman las relaciones.
El montaje mantiene su impacto por la descarnada potencia de su imaginario (deudor del cine quinqui ochentero, de Jamón, jamón, de Bigas Luna y también de Airbag) y por una dirección de actores minuciosa que aprovecha el espacio (casi) vacío para crear (con muy poco) momentos de alto voltaje dramático. Ahí está el poste de esa bandera española que reina en el primer acto del que acaba colgando una mujer (como trofeo de un cuartel que no duda en desahogar sus más bajos instintos de modo explícito con la llegada de las cigarreras); la fiesta cani en coche del segundo acto (ecos de Yo soy español y Que viva España) o la hija de Mercedes, integrada en el poblado, hipersexualizada y resistiéndose a perder la niñez.
También momentos de fuerte carga poética, como el maletilla desnudo frente al toro de Osborne a la luz de la luna: uno de los instantes más hermosos e icónicos. El cuarto acto (magistralmente resuelto con apenas una cuerda y un círculo de tiza) es puro y gran teatro; y explica por qué el montaje ha trascendido en el tiempo: respira vida y verdad, plagado de aciertos a ritmo trepidante.
El montaje se impuso a una versión musical con puntuales destellos, lastrada por una dirección orquestal errática de Gianluca Martinenghi, de tempi morosos (contrarios al ritmo de la escena), pasada de decibelios y con poca atención a las necesidades del escenario. Sofija Petrovic fue una Carmen de voz oscura, redonda y carnosa, con grave bien apoyado y considerable impacto tímbrico. La voz es importante; a la intérprete (su mejor momento, el aria de las cartas) se le puede pedir más variedad en el fraseo. El Don José de Oreste Cosimo muestra timbre de spinto muy atractivo, a veces lastrado por una emisión algo retrasada que impide que la voz tenga el squillo deseable y se proyecte mejor. Jean-Fernand Setti (Escamillo) se llevó la función por presencia y medios, tan rotundos como elegantes; y María José Moreno impuso la frescura de su timbre, todavía lozano, e impecable línea de canto como Micaela. Entre los secundarios es justo destacar a Irene Zas por lo sonoro del instrumento y la fuerte implicación de todos (en especial una Susana García desatada) con la propuesta escénica.
Ni escena ni batuta favorecieron al Coro Gaos, que aun así se esforzó y tuvo sus momentos; mientras el Coro Cantabile mostró su acostumbrada solvencia y la OSG cumplió con eficacia.
La respuesta del público, silenciosa durante la función, creció al final. La potencia del montaje (repuesto por Lucía Astigarraga ante la ausencia de Bieito, del que se leyó un comunicado) dominó todo. Se dedicó la velada a Manuel Lourenzo, recientemente fallecido.