
«No me gusta andar si no es a algún sitio», les dije hace 15 años a mis amigas
01 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Cuando aún no teníamos la ciudad plagada de gimnasios que ofrecen HIIT ni las madres aprovechaban las horas de extraescolares para hacer ejercicios de fuerza, lo que hacíamos era andar. Aquellos famosos 10.000 pasos que se han quedado más antiguos que decir «efectiviwonder» y que nos llevaron a todos a recorrer el paseo marítimo como si tuviéramos mucha prisa para llegar a la otra punta. «No me gusta andar si no es a algún sitio», les dije hace 15 años a mis amigas, que me animaban a completar los 10.000 pasos tres veces a la semana cuando solo unos cuantos pioneros defendían las mancuernas frente al ejercicio aeróbico. Se rieron a carcajadas cuando me compré una sudadera que decía «¿Por qué andar cuando puedes correr?».
Ellas, siempre por delante, van a llegar a los 50 mucho más en forma que yo, que sigo sin alcanzar los 10.000 pasos mientras en la ciudad inauguran parques de calistenia. En algún momento entre los columpios para niños, a un lado, y las máquinas para pedalear para la tercera edad, en el otro, surgió ese espacio en el que siempre hay unos chicos jóvenes y muy concentrados trabajando unos músculos que seguro que compartimos pero que yo desconozco.
En las escaleras del colegio me sorprende una conversación entre un grupo de madres que se acaban de apuntar a unas clases en un gimnasio más barato y de andar por casa para ponerse en forma y luego ya anotarse a uno que, al parecer, está a otro nivel y todas sus clientas (sospecho que los hombres pisan otro modelo más industrial) tienen el aspecto de no sudar ni después de una hora de crossfit. Mucho me temo que llego miles de pasos tarde al reparto de masa muscular. Y sudando.