Los valientes de O Parrote, en A Coruña: «Nos bañamos a diario: llueva, truene o granice»
SOMOS MAR
Cientos de vecinos mantienen viva la tradición de meterse en el Atlántico en una zona donde antaño había una playa urbana
22 nov 2025 . Actualizado a las 04:55 h.En la zona de O Parrote, cuando todavía existía la playa, era costumbre ver a vecinos y familias disfrutar de un baño en sus aguas. Era una escena que formaba parte de la vida cotidiana de A Coruña. Con el paso del tiempo y con el desarrollo urbanístico de la ciudad, el arenal desapareció: se construyó el hotel, se hicieron los rellenos y apareció La Solana. Sin embargo, esa tradición, símbolo de una ciudad abierta al mar, nunca se perdió y muchos se siguen acercando al borde de la escollera para zambullirse y sentir el frescor del Atlántico como siempre se hizo. Recién inaugurada la plataforma náutica justo enfrente, cientos de personas siguen tomando esos baños de mar a diario. «Llueva, truene o granice», como explican Pilar Amador y Elena Moreno.
Pilar cuenta que lo hace por salud: «Comencé en el 2009, después de un ingreso hospitalario de tres meses debido al estrés que llevaba. Gran parte de mi recuperación se debió a esta nueva rutina. Para mí es un baño de vitalidad, salgo totalmente recargada de energía. El primer año hacía diez brazadas y salía, pero ahora ya ni noto el frío», comenta. Elena lo hace por la sensación de libertad y por el contacto con la naturaleza: «Algunos pensarán que estamos chalados por bañarnos todos los días del año, pero cada vez hay más gente. Yo he convencido a mis hijas y mis nietos; cuando llega la primavera, los niños vienen directamente del colegio para aquí», explica.
Lo peor, en enero y febrero
Sube las escaleras Javier Unsaín, de 72 años, y se calza en la espalda una pequeña toalla. «Yo vengo aquí desde hace 16 años. Enero y febrero es lo más duro porque el aire sopla. Cuando llegas y te desvistes sí pasas frío, pero no cuando sales del agua». En la época de verano sus baños son más largos y nada unos 300 metros. «En invierno, tan solo 100». Comenzó a nadar en O Parrote para desconectar del trabajo: «Fue un mes de septiembre, después de un día complicado. Cuando me di cuenta ya era diciembre y seguía metiéndome en el mar. Después de este rato te quedas de cine, tanto física como mentalmente».
Y debe de ser verdad porque Antonio Lago Lago, a sus 84 años, parece un chaval. «Vivo en Monte Alto y todos los días vengo a nadar en el mar. Después entro en La Solana, me meto en la sauna y quedo como nuevo». Cuenta que ya de pequeño venía a la antigua playa de O Parrote: «Me acuerdo de que estaban las lanchas de los mariscadores y pescadores. Era pequeña y allí nos juntábamos muchos chavales», recuerda.
También es todo un veterano de estas aguas José Manuel Sande: «En mi caso, debido al horario de mi comercio, solo podía venir tarde, a veces ya de noche, entre las ocho y las diez. De hecho, me caí por las rocas tres o cuatro veces porque no se veía muy bien». Ahora, explica, meterse es más fácil porque ampliaron las escaleras y hay una mejor iluminación, aunque en invierno se forma mucho verdín y se resbala, por lo que hay que bajar con mucho cuidado».
A pesar del frío, de los posibles resbalones, de la falta de comodidades... Nela Vidal cree que es la mejor afición que puede tener: «Es salud. Ni color tiene con bañarse en una piscina». Y, además, todos explican que la calidad del agua es óptima.
Las anécdotas de los habituales son las del día a día, pero el historiador José Alfeirán rememora algunas con más solera. Confirma, de hecho, que los baños de mar en la ciudad no son un fenómeno reciente, sino una práctica que comenzó hace más de dos siglos. «Claro que en todas las épocas la gente se bañó en el mar, aunque no en el sentido moderno de ocio actual, sino porque estaban ahí pescando, trabajando o los niños jugando».
Fue a mediados del siglo XIX, sobre 1846, cuando el baño se puso de moda como actividad saludable, vinculada a las recomendaciones médicas y a la talasoterapia primitiva, siguiendo el ejemplo de la reina Isabel II, que acudía a la playa del Sardinero, en Santander, «para que le pegara la ola».
Vigilantes de la moral
En A Coruña, esa costumbre se extendió rápidamente y las primeras zonas de baño urbano fueron O Parrote y Riazor. A partir de entonces surgieron las casetas de baño, que permitían cambiarse con cierta privacidad, y se estableció una rigurosa separación por sexos: «La zona hacia el castillo de San Antón era la masculina, y la que hoy ocupan La Solana y el hotel, la femenina», aclara Alfeirán. Los primeros bañadores eran sencillos camisones blancos, y un vigilante, colocado en lo alto del paseo de la Dársena, «tenía doble función: evitar el contrabando y que los mirones se parasen a mirar».
Con el paso de las décadas, la moral se fue relajando y hombres y mujeres comenzaron a compartir espacio. En O Parrote existió incluso un pequeño balneario mientras en Riazor proliferaban las casetas de baño y las familias burguesas podían disfrutar del mar. El avance de las obras del puerto acabaría «robando» a los vecinos la antigua playa urbana, desplazando el baño popular hacia Riazor y el Orzán. Aun así, los vecinos de la Ciudad Vieja conservaron, y siguen conservando, la costumbre de meterse en el Atlántico.