Las flores y los recuerdos añaden color al Día de Todos los Santos en los cementerios de A Coruña
A CORUÑA
Miles de coruñeses acudieron a los cementerios a rendir sus homenajes
01 nov 2025 . Actualizado a las 20:26 h.No está escrito en ningún sitio que el Día de Todos los Santos tiene que ser un pozo de tristezas. De recuerdos sí. De cariño también. De alguna lágrima furtiva frente a la lápida con el nombre grabado de una persona que un día nos cogió la mano y nos quiso. ¿Pero tristeza? Más bien de celebración. De celebración de las vidas que fueron.
Esto lo iban recordando ayer por los callejones del cementerio de San Amaro Rosa Lago y su familia. Cuatro generaciones. Desde la bisabuela hasta el bisnieto. Todos ellos ataviados con collares de castañas asadas. Es una vieja tradición familiar. Cada castaña, cuentan, es el alma de alguien que se fue. Y con ellas colgadas del cuello acudieron al camposanto a dejar flores y compartir memorias. «Nos pasamos el viernes entero preparándolo todo. No es tan fácil como parece. Algún corte en el dedo te llevas», bromea Rosa. Dos de sus hijas no pudieron venir a la cita. Pero ojo, ellas, estuvieran donde estuvieran, se pasearon «todo el día con su collar puesto». Eso no se negocia. Es la particular forma de rendir tributo a los difuntos de esta familia que es «toda coruñesa o, como mínimo, de Coruña para un lado». Porque hay dos que, confiesan, en realidad son de O Burgo.
Un falso síndrome del impostor
Entre escenas entrañables y padres e hijos de la mano se celebró también el tradicional acto solemne organizado por la corporación municipal. El teniente de alcaldesa, José Manuel Lage, fue el encargado de subrayar los muchos méritos y valores de los tres homenajeados ilustres de este año.
La primera, una condesa aguerrida más de aquí que la torre de Hércules: Juana de Vega. La que, según recordó el concejal socialista, sufrió toda su vida «o que hoxe se coñece como o síndrome do impostor». Porque, a pesar de sus muchos y muy evidentes talentos —como historiadora, como escritora y como vocera incansable de la causa liberal en un mundo en lucha contra los fantasmas del pasado— se murió sin llegar a creerse del todo que sí. Que efectivamente era, y todos como tal la veían, una mujer superdotada.
También Víctor López Seoane, naturalista y erudito de la fauna autóctona que adorna su biografía con las medallas de haber descubierto la víbora gallega y de haber sido amigo por correspondencia de, ahí es nada, un tal Charles Darwin.
El último, y acaso el más importante teniendo en cuenta la circunstancia, el injustamente olvidado artista y sastre republicano Luis Huici, asesinado a sangre fría en las primeras semanas de terror que siguieron al levantamiento militar de 1936. Los lugares de reposo de todos ellos exhibieron ayer nuevos y coloridos arreglos florales. ¿Cómo va a ser triste un día tan lleno de flores?
Pero no se circunscribió a San Amaro el rebosar de los afectos. También por Feáns, San Pedro de Visma desfilaron los pétalos y los suspiros. Y en Oza, claro. Ahí estaba, cerca de las dos de la tarde y con la lluvia aguijoneando retadoramente, Pochi. Una mujer que entiende mejor que nadie el espíritu real de la fecha. «No soy de venir solo en esta época. Puede parecer una tontería, y a mí misma me lo parecía de pequeña, pero con el tiempo me ha ido gustando cada vez más acudir a los cementerios a visitar a mis seres queridos». Regadera en mano y sonrisa en rostro, acicala el ramo que alegrará el gris del nicho del abuelo de su esposo. Pero tiene que añadir un matiz, para que no haya malentendidos. «Vamos a ver a todos nuestros familiares, que están distribuidos entre San Amaro y Oza, y a todos les dejamos exactamente las mismas flores para que no tengan envidia los unos de los otros». Y, después de decir esto, ensancha todavía un poco más su sonrisa y vuelve a su feliz labor. Se mueren los cuerpos, pero no se muere la memoria.